
Alfonso Ussía
Montejo
El consejero de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, Borja Sarasola, ha solicitado a la Unesco que el prodigioso y superviviente hayedo de Montejo sea declarado Patrimonio Natural de la Humanidad.
Buena decisión. Lo visité por primera vez, siendo un niño, con mi inolvidado maestro Santiago Amón. Los niños se interesan poco por los árboles. Pero recuerdo que sentí una emoción nueva cuando me hallé rodeado de ese ejército poderoso de árboles milagrosos tan alejado de sus cuarteles atlánticos. Nada más asombroso que un hayedo. Burgos arriba, hacia el Ebro y el puerto del Escudo, se alza el hayedo de Carrales. En Echegárate se disputan la luz las hayas y los robles. La sobriedad de Castilla la Alta se rompe pocos kilómetros al norte de Aguilar de Campoo,con los hayedos abigarrados que dan paso a los verdes de Reinosa. Descendiendo el puerto de Palombera, en la puerta del valle de Cabuérniga, se abre el hayedo del Jilguero, maravilla natural que, senda hacia lo alto, abre el paso a los resistentes abedules y los prados de La Concilla, con Sejos a la vista. Y no hay hayedos en España, con la excepción del navarro de Irati, que puedan competir con los montañeses de Liébana y los asturianos de La Cuerda y Somiedo. Son tierras movidas, húmedas y templadas en los inviernos, tan cerca y tan lejos de las interminables llanuras de la meseta castellana. Y hacia el sur, despedido el último hayedo de la bóveda verde de España, a sólo ochenta kilómetros de los rascacielos de Madrid, se topa el viajero aficionado a los desvíos con el hayedo de Montejo, el más meridional de España, y sin duda alguna, el más altivo y resistente.
Mi amigo Ricardo Escalante, que habla con los árboles con la misma soltura que lo hacía su padre, el gran Manolo Escalante, el Señor de la Montaña, y que me ha llevado a los mejores robledales, castañares y fresnedas de nuestro norte, en los días de calor tórrido y vientos del sur del verano cantábrico, se refugia en la sombra de los hayedos para huir del calor. Al cabo de diez minutos, hay que abrigarse. Para mí, que los inventores del aire acondicionado se inspiraron en la sombra de un hayedo. Es el bosque vivo de los meses calurosos. Jabalíes, corzos, venados y lobos se disputan los territorios del haya. Y allá donde se mueva el oso, éste lo considera de su exclusiva propiedad. Ya ha recuperado el lobo sus viejos dominios en las sierras de Madrid, y el hayedo de Montejo se ha convertido en su mejor refugio. De ahí, sorteando autopistas,carreteras y ciudades, llegará hasta los montes de Toledo y Gredos, y un día, como en las narraciones de Covarsí, alcanzará sus perdidos reinados de Sierra Morena y las sierras extremeñas, en las que lleva decenios ausente. Europa ha establecido que el lobo es pieza cinegética del Duero hacia el norte, pero ya han protestado los pastores y ganaderos del sur del Duero. El conflicto de siempre. El amor por la naturaleza y el respeto al gran canino, y el derecho de los ganaderos a defender a sus animales y ser indemnizados cuando el lobo ataca. Las administraciones actúan con rapidez y eficacia cuando el causante de los males es el oso. Con el lobo es larga y cansada la burocracia, y el enfrentamiento entre naturaleza y ganadería siempre termina de la peor manera.
Resulta muy confortable escribir de cuando en cuando de árboles valientes. El hayedo de Montejo es un milagro a treinta minutos de Madrid. Custodiar y mantener un milagro es más sencillo si se declara Patrimonio Natural de la Humanidad. Lo es. Nadie que disfrute de su lecho de humus y de sus sombras se acuerda que ahí, casi a la vista, se levantan los rascacielos, y se vive entre los semáforos, los ruidos, la riqueza, la pobreza y los contrastes violentos de una gran ciudad.
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