Sabino Méndez
Monterroso sigue aquí
Día de elecciones autonómicas en Cataluña. Tranquilidad absoluta. En la costa, unos leves chubascos mañaneros provocan que la gente adelante su votación y pronto se sabe que la participación va a ser alta. Colas en algunos colegios. TV3 recoge las votaciones de los candidatos y las titula con una declaración política del protagonista, excepto en el caso de Inés Arrimadas, de quien deciden destacar que ha ido acompañada de familiares andaluces. ¿Nuevo episodio de la xenofobia sonriente? Jordi Pujol vota a escondidas. Todo suena al patrón de los sondeos, pero lo bueno empieza cuando se cierran los colegios y se anuncian los primeros datos. TV3 ha escogido una sintonía épica para anunciarlos, como de música de miedo, muy wagneriana, para dejar boquiabiertas a las gentes impresionables. Con apenas cinco mil votos escrutados, los exaltados de siempre ya están anunciando la independencia; pero todo apunta a que el panorama no varía: un país con la opinión demediada. El independentismo se escora quizá hacia la izquierda populista.
Después de los resultados, hay algo que todos los catalanes, nos guste o no, hemos de admitir: que el dinosaurio sigue ahí. Los unionistas tienen que aceptar que los separatistas probablemente tocan techo y siguen atascados en ese millón seiscientos de fieles, pero que esa cantidad de convecinos seguirá ahí por mucho tiempo, clamando por el delirio de una Cataluña autárquica. Los separatistas, por su parte, pueden sacar pecho con pírricas victorias de posesión de balón, pero el marcador sigue diciendo que empatan, mientras que el unionismo no sólo avanza sino que crece en articulación civil. Y, al igual que sucedió con la lengua catalana en tiempos de Franco, si en treinta años la televisión, la escuela y el poder público no han podido con él, eso significa que pervivirá mucho tiempo.
En tal escenario, la única posibilidad razonable de futuro que nos queda es entendernos. La retahíla de guerras civiles entre nosotros cansa al más pintado (1640, 1714, 1822, 1827, 1833, 1846, 1872, 1936) y no estamos ya para combates. Todavía menos si quien lo recomienda es alguien como Mas, con antecedentes familiares de llevarse millones a Liechtenstein. Lo reconozco, los catalanes somos una lata, pero también buena gente a quien lo que gusta en realidad es el Estado del Bienestar (más el bienestar que el Estado). Para pactar entre nosotros, el primer paso necesario es escucharse. Da rubor tener que repetirlo, pero con tele y escuela en manos separatistas el futuro es la constante agitación nacionalista. Eso no nos llevará necesariamente a la independencia, pero sí a perpetuos chantajes y coerciones públicas. Hay, por tanto, que recuperar la televisión y la escuela para todos los catalanes. Eso no significa quitársela a los secesionistas, sino compartirla. Lo que no puede mantenerse es, como ha sucedido en esta campaña, tertulias televisivas diarias de seis integrantes, todos ellos independentistas. Aún menos en una televisión carísima que nos cuesta trecientos millones anuales (el triple que la autonómica más cara y treinta veces más que la más barata). Una tele que incumple además la ley del tercer canal (que promovió su apertura) al no ser ni objetiva, ni imparcial, según veredicto de la Junta Electoral Central. Un ejemplo de ese diálogo para sordos es la reacción del separatismo a la regulación de imparcialidad de la Junta. Proponía apagar la tele cuando salieran los candidatos contrarios. Yo no creo que los catalanes queramos vivir en un país donde una asociación pública nos dice cuándo hemos de encender y apagar la tele. Yo no creo que los catalanes queramos vivir tampoco en un país donde el Gobierno nos dice cómo nombrar nuestro negocio. Lo mismo para los periódicos. Yo no creo que los catalanes queramos vivir en un país donde se recorta en sanidad y servicios sociales para aumentar subvenciones a periódicos con cantidades que superan el millón de euros a cada uno. Otro tanto con la escuela. En el País Vasco, para la diversidad de lenguas, los pedagogos inventaron los tres itinerarios. Los mismos pedagogos dicen aquí que eso sería malo para los niños. Difícil de creer que una cosa sea buena o mala para la infancia según región. ¿No será que la pedagogía en Cataluña no es ciencia sino militancia?
Ha llegado la hora de compartir y entenderse. No hay credibilidad para declarar una independencia con menos proporción de la que se necesita para cerrar una TV3. Esos dobles raseros no están bien vistos en Europa. Y doy por sentado que queremos presumir de demócratas. ¿O no? El dinosaurio de Monterroso va a seguir ahí y de nosotros depende que lo podamos convertir en el dragón mágico de Donovan, si tan progres y sonrientes somos. Y dándole la vuelta al ripio del gran corrupto, decir con decisión: si alguien quiere honesta independencia, que muestre más democrática paciencia.
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