Ángela Vallvey
Mujeres malogradas
La Policía ha detenido a una mujer gaditana, convertida al islam hace treinta años, acusada de captar a niñas menores de edad y tratar de seducirlas para la causa del bestial y siniestro Estado Islámico. La señora, irónicamente apellidada Celestín, buscaba a las chicas en las redes sociales con intención de enviarlas a las zonas controladas por el EI donde debían «ejercer labores de apoyo doméstico y hospitalario, controlar policialmente al resto de la población femenina para que observe la ‘‘sharía’’, o mantener relaciones sexuales con los ‘‘combatientes’’ mediante los llamados matrimonios por horas». O sea: para convertirse en criadas, chivatas y prostitutas de los terroristas. El islam prohíbe las relaciones sexuales fuera del matrimonio, por lo que el matrimonio temporal, o «sigheh», sirve para sortear la prohibición, pero también para disimular el ejercicio de la prostitución.
Con Al Qaeda pensamos que habíamos conocido las mayores cotas de bajeza e indignidad que el ser humano puede cometer escudándose en la religión, pero al lado de los zombies del EI, los «cerebros» del 11-S parecen la facción moderada de un proyecto global de terror totalitario.
Resulta sorprendente el papel que las mujeres están teniendo en el Estado Islámico. Dicen que muchas empujan a sus hijos y maridos al radicalismo violento, que son ellas las que se sienten más inflamadas por la llamada a la brutalidad del EI. Lo lógico sería suponer que las mujeres influyen para moderar, para suavizar, para atemperar. La sutileza y la capacidad de negociación son haberes de la naturaleza femenina. Bien es cierto que también las mujeres son capaces de practicar con fruición la violencia, pero es chocante ver a las integrantes del EI en pie de guerra, sedientas de sangre, ofreciendo la vida de los hombres de su familia sin un titubeo, junto con su propia dignidad.
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