Luis Alejandre
Nacionalismos y territorios
«Todo aquel que desee saber qué ocurrirá, debe examinar lo que ha ocurrido; todas las cosas de este mundo, en cualquier época, tienen su réplica en la Antigüedad» (Maquiavelo).
Nada nuevo: por Pascua Florida los nacionalistas vascos, con su Aberri Eguna; antes de la Merced, los catalanes con su Diada. Interconexiones entre ambos. Más esteladas –ninguna senyera– que ikurriñas en Pamplona, donde se reunían los más montaraces. Ciento cincuenta kilómetros más al norte, en Bilbao, otros lanzaban un mismo mensaje, aunque más moderado en el tono.
Pero constatamos que nacionalistas vascos y catalanes se retroalimentan, se excitan, en un ejercicio de mimetismo a la vez competitivo: ¿quién da más? ¿quién exige más?
En cierto sentido diría que me aburren cada año con unas mismas máximas y monsergas. Pero por otro no puedo evitar mi preocupación. Si, porque es un juego peligroso que crea inestabilidad e incertidumbre. La «previsión inquieta» de Maquiavelo. En sociedades equilibradas y consolidadas democráticamente estas manifestaciones se amortiguan, pero en momentos de crisis pueden llevar a que una simple chispa, prenda la llama y encienda una espiral de violencia. ¡Ojo, que incendiarios los hay! No sería la primera vez en la Historia que un acto puntual desencadena una hecatombe. Este año que conmemoramos el comienzo de la Primera Guerra Mundial, no viene mal recordar cómo se inició: por un simple, aunque trágico, atentado regio.
El anuncio de una supuestamente renovada «terra lliure», no deja de ser preocupante. Porque a pesar de los esfuerzos realizados en su momento por neutralizarla, no olvidamos el reguero de dolor y sangre que dejaron en Cataluña. Ahora amenazan con «okupaciones pacíficas» de cuarteles del Ejército y de la Guardia Civil. Repito para que no me mal interpreten, «lo harán de manera pacífica». Imagino que sin televisiones ni prensa detrás. ¡No lo duden!¡Pacíficos ellos! Tienen toda una amplia gama de referencias entre sus compinches de Euskal Herria. Son expertos en luchas callejeras. Pero también arrastran aquellos su castigo en cárceles y en –aunque lo disimulen– sus conciencias. ¡Quien ha asesinado, sabe que es un asesino, sabe que los hijos y los hijos de los hijos de sus víctimas siempre les mirarán como tales!
Y hay una constante en ambos nacionalismos que rebrota en cada conmemoración: son sus ambiciones territoriales. No se conforman con sus propios territorios, sino que extienden sus reivindicaciones más allá de los mismos: Navarra, y el Pais Vasco francés para unos; los «Països catalans» para los otros.
Y que se anden con ojo burgaleses y riojanos porque estas ambiciones no suelen tener límite. ¡Que se lo pregunten a los países vecinos de la Alemania de Hitler en 1939! Quizás con menos fuerza navega hoy el proyecto «països», porque encuentra lógica oposición en Aragón, en Valencia y en sectores importantes de las Baleares. Vivo desde Menorca cómo se ha introducido el concepto en amplios sectores de la Enseñanza, de la prensa subvencionada y de cierta pseudo intelectualidad. Vivo cómo se ha manipulado conscientemente la Historia. Entienden algunos que unas raíces lingüísticas comunes, diferentemente implantadas según los lugares, dan pié y razón para imponer un modelo cultural estandarizado. Este, lleva funcionado años, décadas, y ha ido calando como lluvia fina creando unas distorsiones sociales de difícil recomposición. Nadie discute una lengua, nadie discute una cultura que enriquece a una sociedad. Pero entre el enriquecimiento y la imposición, siempre hay un peligroso paso. Las supuestamente «pacíficas» Islas Baleares, tienen fisuras sociales dentro de sí mismas, que se suman a las diferencias entre unas islas –Mallorca, Menorca, Ibiza , Formentera– diferentes en modelos demográficos, territoriales, de gestión económica e incluso de carácter de sus gentes. Y es muy difícil cohesionar estas diferencias, cuando los desplazamientos entre islas cuestan el doble que el viajar a Barcelona, cuando la Universidad de las Islas Baleares es una especie de franquicia de las catalanas, cuando determinada Prensa y círculos culturales han estado y están subvencionados con un claro objetivo.
Soy consciente que tras el rechazo del Plan Ibarreche en 2005, Urkullu no habló del «estado vasco» ni de Euskal Herria, pero sabe que su izquierda abertzale, ha aprendido a reclamar el «derecho a decidir» de los catalanes. Y por mucho que se arrope en siglas de partidos más o menos legales –Sortu, EA, Aralar, Alternatiba–no dejan de ser los herederos de una ETA que se niega a dar la cara proclamando un «siento el dolor que he causado». Mientras salgan cubiertos con pasamontañas, es que mala conciencia esgrimen.
No andan mejor ciertos sectores de Convergencia vigilados por esta Asamblea Nacional a la que nadie ha votado, escoltados por los republicanos de ERC, los comunistas de ICV, los antisistema del CUP y ahora algunos disidentes del PSC.
Como diría Nauman: «¡Cuántos quieren ser importantes y tan pocos quieren ser útiles!». Siempre, la Historia y sus ocurrencias, como nos enseño Maquiavelo.
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