Política

«Neoantis»

La Razón
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Una chica ha recibido hace poco una paliza que ha sido noticia de primera plana (de primera pantalla, mejor dicho), tras la que parece ocultarse una rivalidad entre neonazis-ultraderechistas y anticapitalistas-ultraizquierdistas. Me ha gustado el diagnóstico de un policía hablando sobre los jóvenes implicados, extremistas de derecha e izquierda: «Se podrían cambiar de bando en cualquier momento. No distinguen». En efecto. Da la impresión de que las diferencias entre la violencia de unos y otros no son ideológicas, sino, en todo caso, estéticas, inducidas por su círculo social, por la presión del grupo, de la pandilla, de la cuadrilla...; por la supremacía a la hora de ejercer el poder (el abuso, la intimidación) sobre los demás, por la efectividad que ese dominio despliegue según uno se adscriba a un bando o el contrario. A algunos de estos chavales, que carecen de las lecturas mínimas para defender con argumentos una postura en la izquierda o la derecha radicales, incluso se les podría denominar «neoantis», en vez de neofascistas o neoestalinistas, o neo cualquier otra cosa. Porque se agregarían sin dudarlo a cualquiera de las dos riberas extremas, según las circunstancias. El fenómeno no es nuevo. Ha ocurrido de forma habitual en el siglo XX. Quien milita con entusiasmo en un margen ideológico (por ejemplo, la extrema izquierda), puede hacer el recorrido inverso hasta situarse en el polo opuesto y sorprender declarándose paladín exacerbado de la extrema derecha. O viceversa. La gramática parda del común sentencia que «los extremos se tocan». Puede que haya algo de eso, pero también se percibe un afán de la persona en cuestión por ejercer su poder e influencia –su intimidación– sobre los que le rodean de manera eficaz, adaptándose a lo que considera más seguro y conveniente en cada momento. Muchos personajes, producto del siglo XX, hicieron esa conversión. Los muchachos del XXI no tienen las lecturas de sus predecesores, se conforman con un puñado de frases hechas, símbolos que ruedan por internet, cuatro tópicos y la misma, inmensa, malsana, cantidad de ira que acumulaban en sus corazones sus hermanos mayores. Porque, en el fondo, sigue estando la rabia. Latiendo como una ponzoña. La frustración de no ser lo bastante. Fuertes. Respetados. Importantes... La intolerancia que no soporta que los demás vivan de una manera que los fanáticos consideran inaceptable. La supremacía y su furia. O sea, la nada. La mugre consuetudinaria.