José María Marco

Neofederalistas

Un personaje de los últimos «Episodios Nacionales» de Galdós tiene problemas con el federalismo. Como es sabido, Pi y Margall y sus seguidores propusieron para España una organización de tipo federal que llamaron «pacto bilateral, conmutativo y sinalagmático». Nuestro personaje galdosiano se atragantaba con lo de «sinalagmática». Decía que, cuando intentaba pronunciar la dichosa palabra, le parecía que un gato le arañaba la lengua. El problema de pronunciación es superable. Lo peor es que revela algo más grave. En primer lugar, apunta al excesivo grado de abstracción que las propuestas federales han tenido siempre en España. En nuestro país el federalismo ha sido una especie de racionalismo político. No es jacobino porque es anticentralista. Y sin embargo, tiene mucho de uniformizador, al querer aplicar un mismo rasero a lo que es distinto y siempre ha venido siéndolo. Resulta interesante que el socialista Pere Navarro y Rosa Díez, tan robespierrista, coincidan en sus propuestas de supresión de los regímenes fiscales vasco y navarro.

Este grado de abstracción traduce la escasa adecuación del modelo federal a la sociedad española. En vez de adaptarse a una realidad compuesta, aspira a desmontar lo que muchos siglos de historia –de convivencia, de proyectos comunes, de voluntad de seguir juntos, de identidad cultural– han creado... para volver a montarlo después, como un rompecabezas. Esta artificiosidad es lo que está en el fondo de expresiones tan abstrusas como la del «pacto sinalagmático», además de bilateral y conmutativo. Ahora, como ha explicado en estas páginas un socialista catalán, andamos a vueltas con el «ordinalismo». Evidentemente, hay que reformar la financiación de un sistema insostenible, como es el de las comunidades autónomas. Otra cosa es querer aplicar modelos políticos indescifrables.

Finalmente, los nuevos federalistas podrían recordar otros aspectos del federalismo clásico español. Muchos de nuestros abuelos del siglo XIX les perdonaron sus elucubraciones, o se las tomaban con buen humor, porque los federalistas deseaban la justicia y abominaban del poder, en vez de querer multiplicarlo y ampliarlo. Y sobre eso, querían a España con pasión. Pi y Margall era, como siempre recuerda el profesor Andrés de Blas, un gran patriota. La propuesta de reorganización del Estado no significaba para él una refundación de España. Al contrario, España era para ellos una realidad nacional indiscutible, por encima de cualquier modelo político. Cuando llegó la hora de la gran crisis, a finales del siglo XIX, los federalistas no comprendieron a los nacionalistas que negaban lo que era evidente, como es la vigencia de España.