Cástor Díaz Barrado
No hay final
Al principio del surgimiento del conflicto armado en Siria, todo hacía presagiar que pronto el régimen de Bashar al-Asad sería derrocado y que la manifestación siria de la denominada Primavera Árabe supondría la instauración de un sistema democrático, lo que implicaría el triunfo de las posiciones moderadas en este área geográfica. Los rebeldes eran vistos, al principio, como los defensores de la democracia, pero nada ha sucedido como cabía prever. El régimen sirio ha resistido los ataques de los rebeldes y el país se ha convertido, en los últimos años, en un escenario privilegiado de los enfrentamientos y las luchas por el poder de las potencias en la sociedad internacional. Mientras que Rusia y China ha sostenido, y sostienen, al régimen sirio, las potencias occidentales, en particular Estados Unidos, Reino Unido y Francia, venían apoyando a los rebeldes. La resistencia del presidente sirio hace que, en la actualidad, se suscite la cuestión de si es posible un futuro para Siria que no pase por la participación del actual régimen y que, por lo tanto, se tengan en cuenta, también, las posiciones no sólo de los rebeldes sino de los partidarios de Bashar al-Asad. Está claro que hay que poner fin a este conflicto que, más allá de las luchas por el poder y los equilibrios geopolíticos y geoestratégicos a los que responde, está costando la vida a numerosos seres humanos y está generando un éxodo dramático. Siria se ha convertido en un claro ejemplo de la incapacidad de la comunidad internacional para resolver pacíficamente los conflictos y en una manifestación de la incompetencia de los estados para evitar que se produzcan graves y sistemáticas violaciones de los derechos humanos. Todo apunta a que el conflicto sirio durará todavía algún tiempo, pero lo mejor que podría suceder es que, de una vez por todas, existiría un acuerdo de la comunidad internacional para ponerle fin.
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