Alfonso Ussía

Noche de cucuruchos

La Razón
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La noche de hoy es la noche de las grandes tonterías. Se dicen muchas bobadas y lugares comunes. Los hay que aplican a sus cabezas cucuruchos. Abundan los matasuegras y serpentinas. Familias que se reúnen para celebrar unidas la llegada del nuevo año, discuten entre sus miembros y se pelean para siempre. Hoy se recuerdan especialmente los desacuerdos en las herencias y los comentarios antañones cuyas heridas no han cicatrizado. –Muy feliz año, Felisa–; –sí, muy feliz año, pero cuando era la novia de tu hermano, hoy mi marido, dijiste de mí que era muy, pero que muy putísima; –agua pasada, Felisa–; –de agua pasada nada, pedazo de cabrón, que tu mujer te pone los cuernos y tú los aceptas porque el dinero lo tiene ella–. Y vuelan las viandas, los langostinos, los mazapanes y los turrones.

La noche de hoy es la de las grandes tajadas obligadas, las borracheras sin fondo, los pedales descentrados. No tiene la noche de hoy la emoción de la Nochebuena ni la ilusión de los niños. Es la noche del recomendable olvido. Cohetes, petardos, bombas, fuegos artificiales, y una mano que vuela, y un rostro quemado, y una traca que no se prende, y cuando el responsable de la traca examina su resistencia a la ignición, prende de improviso y se acude directamente al tanatorio más próximo, que acostumbra a cerrar, precisamente, esta noche. La noche del cotillón. El hombre prestigioso que se encuentra, de repente, con un cucurucho en la cabeza, un matasuegras en la boca, una copa de cava cuando le horroriza el cava, un compañero de mesa que cuenta un chiste muy largo, y piensa si realmente ése es su sitio mientras se le escapa por un ojo la primera lágrima del alipori.

¡Las campanadas! ¡Las campanadas! No os confundáis. Primero los cuartos, y después las campanadas. Y las doce uvas de golpe, que sientan fatal, y los niños que se ahogan, y la pepita que se cruza y obstaculiza el paso de la uva décima, y los abrazos, los besos, los afectos que se han guardado durante todo el año, surgen con carácter efímero. Noche muy feliz y jubilosa excepto para la familia de Felisa y su cuñado que están declarando en la comisaría, la del cohetero eventual que busca tanatorio y la del niño que al fin, ha logrado liberarse de la pepita de la décima uva, y la de los del cava, que hacen cola en el pasillo por el que se accede al cuarto de baño a causa de los efectos inmediatos de la atosigante «colitis Codorniú», también conocida como «colitis Freixenet». En los hogares donde se consume champán francés, los cuartos de baño disfrutan de la soledad, aunque el gran dietético holandés Zöelnner ya dejó escrito que «aunque se consuma el mejor “champagne” francés,/ la colitis viene antes o después».

Noche de tópicos. Lo mejor del año que se va es que ya se ha ido, y lo más recomendable para sosegar los entusiasmos ante el año que llega, es la prevención. Con Montoro en el poder, cualquier tiempo pasado fue mejor, aunque algunos insistan en que la nostalgia es un error. Nada de eso. La nostalgia es la acumulación en la memoria de los buenos momentos, de las buenas personas conocidas, de los buenos familiares y amigos que se fueron. La nostalgia es obligatoria. –¿Te acuerdas cuando en España no nos robaban? Y claro, la melancolía se anida en la sensibilidad y el llanto está permitido socialmente.

Noche de pitos, gritos, berridos y necedades. Sea recordado con profundo respeto y admiración el gesto de dignidad de don Gaudencio Salas de Los Infantes y López de Escalada. Recibía a su familia a cenar en Nochevieja. Ya elegantemente vestido, se dirigió a su ayuda de cámara, su Stevens particular: –Pedro, la pistola, por favor–: –¿Cargada, don Gaudencio?–; –cargada, Pedro–; –¿Piensa atentar contra su vida?–; –no, Pedro. Pero mataré al primero de mi familia que me desee «feliz entrada y salida»–. Dos horas más tarde, don Gaudencio era conducido esposado por la Guardia Civil, mientras que los servicios funerarios de la zona trasladaban al depósito de cadáveres los restos mortales de la sobrina gorda de don Gaudencio, Jennifer Vanessa, que le había deseado una «feliz entrada y salida» del año.

Una noche en la que también, aunque no con frecuencia, se suceden acciones de alta dignidad.

Feliz entrada y salida.