Cristina López Schlichting

Nunca más

Desde ayer los cristianos ayunamos y rezamos por la paz en Siria siguiendo al Papa Francisco. Se han sumado creyentes de todas las confesiones y cruzan los dedos los hombres de buena voluntad. Mañana deciden cien senadores y 435 parlamentarios norteamericanos sobre el ataque. ¿Somos tontos los cristianos? ¿Acaso ignoramos que el régimen sirio ha usado armas químicas contra la población? ¿Es que no tememos a Irán, aliado de Siria, que está fabricando el arma nuclear y amenaza Israel, Turquía. Líbano? Pues no. Los prolegómenos de estos días recuerdan mucho a los de la guerra de Irak. Sadam Hussein es Assad, Bagdad es Damasco y las voces de Juan Pablo II y Francisco I se alzan con un mismo grito: «¡Nunca más la guerra!». Tenemos una increíble facilidad para olvidar la Historia, incluso la reciente. Cuando la diplomacia vaticana advertía contra la intervención en Irak, no lo hacía por ingenuidad «angélica». Sabía bien que el país era un delicado equilibrio entre chiíes, suníes y kurdos que saltaría por los aires en beneficio del islamismo radical si se terminaba con Sadam. Y así ha ocurrido. Exactamente como vaticinaba el nuncio papal. Es una paradoja tener que elegir entre un mal y otro peor, pero en Siria ocurre lo mismo: la revolución contra el injusto sistema de los Asad esconde la amenaza fundamentalista. ¿Armas químicas? Es triste tener que reconocer que también las usó Sadam Hussein. Yo estaba en la frontera con Irán cuando los refugiados kurdos cruzaban desde Irak con la piel quemada. Pero, como recordaba el observador permanente de la Santa Sede ante Naciones Unidas, monseñor Silvano Tomasi: «Las intervenciones en Irak y en Afganistán no han aportado resultado constructivo alguno. Con la guerra se pierde todo». Los cristianos de Irak viven hoy peor que nunca, son asesinados impunemente y experimentan matanzas sin precedentes en sus propias iglesias. Es lógico que monseñor Luis Sako, cabeza de la Iglesia católica local, se pregunte por qué Estados Unidos y Occidente utilizan el eslogan de la democracia como excusa para hacer la guerra. Desgraciadamente, estos cristianos ni siquiera aspiran a la democracia: lo que quieren es sobrevivir. El Papa ha condenado el uso de armas químicas, pero piensa sobre todo en la población civil cuando exige negociaciones políticas en Siria y previene frente a la «vana pretensión de una solución militar». «¡Pensemos cuántos niños no podrán ver el futuro!», decía el pasado domingo. El Vaticano no es ingenuo. A mí me parece el único observador realista, el único que tiene en cuenta la experiencia de los últimos años y el sufrimiento de las personas.