Manuel Coma
Obama sortea los obstáculos del acuerdo nuclear
El mundo espera que el acuerdo con Irán sea la fórmula que nos libere de la pesadilla de una amenaza nuclear en manos de revolucionarios islámicos chiíes que apoyan el terrorismo y varias guerras en curso en el Oriente Medio. Obama insiste en que el acuerdo no concierne más que al enriquecimiento de uranio, materia prima de las bombas, y no a ningún otro aspecto del comportamiento internacional del régimen iraní, precaviéndose así frente a la continuidad en la agresiva conducta de Teherán. Al mismo tiempo proclama reiteradamente su esperanza de que se trate de un primer paso para moderar las ambiciones expansionistas, sectarias y nacionales, de los ayatolás persas y su militarizado sistema, el cual evolucionaría hacia la superación de los conflicto y la cooperación regional.
La pléyade de críticos americanos del trato creen que lo acordado aplaza en el tiempo la consecución de la capacidad atómica, pero la garantiza. De momento, libera ciento cincuenta mil millones de dólares embargados, con los que Teherán intensificará su apoyo a Bachar al Asad en Siria, la Hizbulá libanesa, los hutíes en Yemen y Hamás en Gaza. El levantamiento de las sanciones proporcionará recursos a la economía que consolidarán el régimen, lo reforzarán militarmente y aumentarán su capacidad de intervención exterior. En cinco años desaparecerá el embargo sobre armamento convencional, en ocho sobre misiles, en diez Irán podrá lanzarse «legalmente» a la carrera por la bomba desde posiciones tecnológicas más avanzadas. Podrá estar a un año de poseer el material para construirla. Mientras tanto, habrá tenido mil oportunidades de violar secretamente el acuerdo, será dificilísimo inspeccionarlo y prácticamente imposible restablecer las sanciones.
Todo esto ha sido el objeto del mayor y más intenso debate de política internacional en Estados Unidos desde la guerra de Irak. Para que el acuerdo no sea meramente ejecutivo y por tanto sólo vincule al presidente que lo firma, necesita la aprobación del Congreso, que ha dispuesto de 60 días para examinar lo que se anunció el 14 de Julio. El plazo se termina y el procedimiento parlamentario ya se ha iniciado. Obama ha concentrado la actividad de la Casa Blanca no en conseguir una mayoría aprobatoria, lo que le resultaba imposible, sino, utilizando todas las complejas triquiñuelas procedimentales, sobre todo del Senado, que no le impidan vetar un rechazo o incluso bloquear, mediante lo que se llama filibusterismo, que la votación llegue a producirse.
Con una enorme presión sobre los senadores de su propio partido y haciendo caso omiso de alguna que otra restricción legal, como acostumbra, Obama va a conseguir llevarse el gato al agua, lo que será una forma inusitada de aprobar, por vía negativa, no dejando que se exprese un rechazo mayoritario, un documento tan importante. Por medio de este esfuerzo, su logro estrella en política internacional puede convertirse en una victoria tan pírrica como lo está siendo su equivalente en política interior, la problemática y casi fracasada reforma de la Sanidad, el «Obamacare». En términos populares, menos del 30% aprueba el acuerdo y casi el 50% lo rechaza.
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