Fernando de Haro

Pacto

La cosa está seria. El Barómetro del CIS del pasado viernes confirmó que los españoles no están para que los anden mareando con pamplinas. Están muy cansaditos de los dos partidos mayoritarios. Más del PSOE que del PP. Así que mucho cuidado con gastar la poca munición que queda. Que ya no vale lo de soltar una idea para conseguir un par de titulares y luego olvidarse.

Claro que hace falta un pacto. Por lo menos como el de la Moncloa. Aquél fue un un acuerdo en el que la izquierda española, haciendo un loable ejercicio de responsabilidad, se olvidó de las veleidades anticapitalistas que habían predicado desde hacía décadas para aceptar sin fisura alguna el mercado y un ajuste brutal. Se trataba de resolver los grandes desequilibrios del momento y modernizar una economía que hacía aguas. No es menor la necesidad en este momento.

Los Pactos de la Moncloa fueron posibles porque los socialistas, empujados por el PCE, en contra de lo que reclamaban sus bases, aceptaron una reducción drástica del déficit público, una modificación del tipo de cambio de la peseta y una transformación sustancial en el modo de fijar los salarios. Y después llegaron otros acuerdos. Como el que propició en el 84 con los empresarios un PSOE ya en el Gobierno para hacer una reforma laboral que le enfrentó a la UGT.

La Constitución del 78 es fruto de un gran pacto que fue posible gracias a que los socialistas renunciaron a un laicismo agresivo y a que el Estado tuviese el monopolio de la educación. El PSOE es un partido de Gobierno, sabe de qué material están hechos los compromisos. Muy poco antes de abandonar el poder impulsó una reforma constitucional para impedir una inmediata intervención. Sobran cuestiones sobre las que llegar a un acuerdo sin tener que abordar, desde el principio, las grandes cuestiones de Estado. Para empezar está la reforma de la Administración local, la del sistema de pensiones, la de la financiación autonómica y así un largo etcétera. Todos queremos un pacto. Pero de verdad.