Lucas Haurie
Pacto de los montes
Igual que el siniestro Göring decía echar mano de su pistola cada vez que escuchaba la palabra cultura, debiera hacer lo mismo el ciudadano tras oír que los políticos se aprestan a firmar un gran pacto: llevarse las manos, sucesivamente, primero a la cabeza y después a la cartera, porque estos inventos siempre terminan por costarle dinero al contribuyente. No hace mucho, Juan Fernando López Aguilar y José María Michavila pusieron el último clavo sobre el ataúd de la Justicia española al firmar un pestoso apaño que llamaron, con mucha pompa y demasiadas mayúsculas, «Pacto de Estado para la Modernización de la Justicia». En la práctica, desaparecía todo atisbo de separación de poderes al certificarse que un político sólo podría ser juzgado en adelante por jueces nombrados por sus compañeros de partido. Pepiño Blanco y Jaume Matas lo agradecieron hace poco, como en un futuro próximo agradecerán Bárcenas o Maleni el pacto contra la corrupción que suscriban sus amigos en San Telmo y La Moncloa. Uno, en su ingenuidad, pensaba que los textos de referencia para prevenir o castigar corrupciones eran el Código Civil y el Código Penal pero parece que nuestros electos, desde el modesto concejal hasta el egregio ministro, reservan un uso mucho más noble para esas páginas: concretamente, limpiarse el culo. Ver luchar contra la corrupción al PP y al PSOE en comandita va a ser como el poema de Goytisolo que cantó Paco Ibáñez. «Un lobito bueno al que maltrataban todos los corderos; un príncipe malo, una bruja hermosa y un pirata honrado». Será mejor que Alaya y Ruz se busquen buenos guardaespaldas.
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