Alfonso Ussía
Palabras a Jorge
Jorge Fernández Díaz. Desde mi libertad de opinión creo que fue un buen ministro del Interior. La valoración política es muy caprichosa. Por motivos que nada tienen que ver con su gestión, por sus creencias y su firme fe religiosa, muchos le intentaron turbar la tranquilidad. Jorge Fernán-dez Díaz siguió trabajando en el Ministerio del Interior mientras recibía los primeros tratamientos oncológicos para superar un cáncer de hígado. Y ahí está. Pero el corazón es celoso, y ha querido ocupar el protagonismo en el organismo de Jorge. Un infarto, una operación en el Hospital de la Princesa de Madrid, dos «stern» y la UVI. Hoy, si no surgen problemillas colaterales, podrá iniciar su recuperación en una habitación de planta.
Debo escribirte con sinceridad. Jorge, soy cristiano, no tan ejemplar y hondo como tu, pero católico, apostólico y romano, aunque este Papa, que es amigo de Lucía Caram y recibe con besos a Cristina Kirchner y con expresión de hastío al presidente Macri, me recuerda cuando habla a Valdano. Mi fe es un techo de paja comparada con la tuya. Y mantengo con una prima hermana política, tan firme como tú, esposa de un notario de Madrid ejemplar, trabajador, inteligente y con un gran sentido del humor, una pequeña discrepancia. Ella es una gran devota de Sor Patrocinio, la «Monja de las Llagas», de quien se dice que sostuvo la fe de Isabel II en el exilio. Sor Patrocinio, para muchos santa, para muchos intrigante. Para mí, que era gafe. Y ya es casualidad que al día siguiente de presentar un libro sobre Sor Patrocinio, te diera el pipirlete vascular. Reconozco que mi interpretación de la personalidad de Sor Patrocinio me viene de la perversidad de un libro perseguido durante el reinado de Isabel II, «Los Borbones en Pelotas», cuyos autores son, nada más y nada menos, que Gustavo Adolfo y Valeriano Bécquer, que no eran partidarios.
Eres un tipo formidable, inteligente, trabajador, patriota, catalán profundo y español cimero. Una persona de esas que uno se alegra de conocer, tratar, admirar y querer. Un servidor público, honesto a carta cabal y que silencia a su entorno la terrible realidad de un cáncer de hígado para seguir trabajando, no forma parte de la normalidad. Tienes además, eso que se llama bonhomía, un señorío natural que consiste en hacer agradable a los demás hasta la discrepancia. El ministro del Interior es el que jamás descansa, y al primero al que le llegan, sea la hora que sea, las peores noticias. Tu antecesor y gran amigo nuestro, Jaime Mayor Oreja, tan buena gente y profundo cristiano como tú, no dominaba el francés. Había sido secuestrado un avión marroquí que despegó de Barajas. Viajaba un grupo de españoles. Por otra parte, se consumían los últimos meses de la ETA, que aún asesinaba a inocentes. En aquellos tiempos Jordi Évole, Pablo Iglesias y Gabriel Rufián eran demasiado jóvenes para intimar y hacerse fotografías con Otegui. En fin, que Jaime descansaba, cuando de madrugada le llamó el ministro del Interior de Marruecos para informarle que todo se había resuelto pacíficamente y que los españoles no habían sufrido daño alguno. Y entre el sueño y el dominio del idioma galo limitado de Jaime, en lugar de agradecer al ministro marroquí la información con un «merci, monsieur le ministre, mon amie» como era su intención, le salió un «merci, monsieur le ministre, mon amour». Y hay que reconocer que Jaime no había presentado un libro de Sor Patrocinio. Te lo cuento, para que sonrías en el aburrimiento obligado de tu recuperación.
Eres un hombre en toda su dimensión, escrito sea sin la intención de minusvalorar a la mujer, teniendo como tienes una compañera extraordinaria. Te han dado sopapos políticos y malintencionados hasta en el carné de identidad. Fuiste un buen ministro del Interior, el ministerio más difícil y sacrificado. Te vino el cáncer y venciste. Vencerás igualmente este episodio. Pero no insistas en presentar libros de Sor Patrocinio, por muy santa que fuera. También entre los santos hay gafes, y no estás para tales menesteres.
Recupérate, Jorge, y recibe un gran abrazo.
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