José María Marco

Partidos alternativos

Tras el debate en el Congreso, el Partido Popular presentó una propuesta de rechazo a la convocatoria del referéndum independentista en Cataluña. Los socialistas no la respaldaron, y para justificar su posición han alegado que ya habían votado, días antes, una proposición similar presentada por UPyD, el grupo de Rosa Díez. La responsabilidad de lo ocurrido recae sobre el PSOE, como es natural. UPyD no es en este caso más que un pretexto para evitar un nuevo enfrentamiento entre el PSOE y su partido «hermano», el PSC. Aun así, el hecho da alguna pista de lo que puede ocurrir si los partidos «alternativos», como UPyD, cobran en el Congreso una importancia que vaya más allá del folklore habitual.

Si el PSOE no se hubiera podido escudar en UPyD, seguramente no habría tenido más remedio que respaldar la propuesta del PP, que tenía la ventaja de ir realizada en un contexto simbólica y políticamente más sólido, además de ir patrocinada por el partido del Gobierno. Es lícito preguntarse si la iniciativa de UPyD –legítima, claro está– no iba destinada más a promocionar el pequeño partido de centro izquierda, y a su líder, que a plantear en su verdadera dimensión una cuestión de orden general, fundamental para la estabilidad de nuestro país.

Los partidos alternativos, como UPyD, están basando su discurso en la crítica al «bipartidismo» del sistema político español. Está bien, pero hay que tener en cuenta que si la alternancia de dos grandes partidos ha traído estabilidad a la política española, probablemente va a ser mucho más necesaria a partir de ahora. Sin duda, como afirman el Gobierno y muchos otros agentes económicos, hemos dejado atrás la recesión económica. El resto, sin embargo, no ha hecho más que empezar, y en eso que nos queda por delante están reformas muy profundas que hagan posible una sociedad más flexible, más abierta, más dispuesta a asumir riesgos, más valiente por tanto y también más libre en cualquiera de los aspectos que nos imaginemos. Esto va requerir el fortalecimiento, no la debilidad, de las instituciones, en particular de la nación. Y para ello, no hay mejor receta que la existencia de dos grandes partidos capaces de articular coaliciones sociales de dimensión nacional.

La democracia española, como todas las demás, tiene problemas. Uno de ellos es lo que se llama la «partitocracia», que es el peso excesivo de los aparatos de los partidos. Es muy distinto del «bipartidismo» y no parece aventurado afirmar que UPyD lo padece también, y en grado notable.