Ángela Vallvey

Pasión

La Razón
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Una joven de poco más de 20 años me comentaba recientemente que no sabía qué hacer con su vida. Tampoco se consideraba especial en eso: me aseguró que la mayoría de sus amigos se encontraban en la misma situación. «Tengo tantas posibilidades», me dijo, «que no sé por cuál de ellas optar. Si elijo una cosa, debo renunciar a las demás, y tampoco quiero perderme nada...». La miré sorprendida y le dije que es fácil elegir: basta con pensar en qué cosa le apasiona a una realmente, lo que más feliz nos hace... La muchacha me miró, pasmada también, y me respondió que no creía tener ninguna pasión. «Que yo sepa». Bajó la mirada y miró nerviosa el móvil que tenía entre las manos. En ese momento, no supe qué más decirle. Es imposible aconsejar a una persona que no sabe qué hacer con su vida porque, fundamentalmente, carece de pasiones. Hegel decía que nadie ha realizado nada grande sin la pasión. Sin embargo, en la antigüedad, la pasión se analizaba desde el punto de vista religioso, se la consideraba una fatalidad de origen sobrenatural. Y Aristóteles decía: «llamo pasión o atención al deseo, a la cólera, al temor, a la osadía, a la envidia, a la alegría, a la amistad, al odio, al pesar, a la pena..., en una palabra, a todos los sentimientos que llevan consigo aflicción o placer». La conducta apasionada es carácter, por eso forja el destino de las personas. Enmanuel Kant, por su parte, aseguraba que «la emoción obra como el agua que rompe un dique; la pasión, como un torrente que se hunde más y más en su cauce. La emoción debe mirarse como embriaguez que va fermentando; la pasión, como un delirio que fermenta a una idea, la cual arraiga cada vez más profundamente». La joven, a mi parecer, pertenece a un mundo que ha exagerado la importancia de la emoción en detrimento de la pasión, que como diría Kant puede agitar las ideas. Sin ideas, sin pasión, resulta muy difícil encarar el futuro. Sin embargo, la muchacha no se quejaba, –como suele ser habitual escuchar de la juventud, sea cual sea la generación que represente–, de que «no hay futuro» para los «millenials». Ni siquiera se plantea la «idea» de futuro. Los chavales como ella, en cuestión de pasiones, han alcanzado un nirvana de quietud –de no-ser– casi perfecto.