El desafío independentista

Payeses

La Razón
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Conviene no confundir la preocupación que sentimos algunos por la desaparición de los pueblos y del mundo rural y su forma de vida, con la deriva independentista de catalanes y vascos. Pero en algo se parecen. En el independentismo catalán hay una clara tendencia ruralófila, folk, a no ser movidos de unas raíces, de no ser absorbidos por el régimen monárquico español ni por la Unión Europea, a conservar unas costumbres y tradiciones, pegadas a esa forma de vida rural ancestral. El mapa, hoy amarillo, del separatismo catalán coincide, casi calcado, con el del carlismo: el dominio de los payeses. Digan lo que digan, lo mueve una fuerza antiliberal. Y en sentido contrario, el movimiento ciudadanista, de tan explícito nombre, es un manotazo neoliberal, una reacción urbana, desarraigada, –los charnegos– y posmoderna, partidaria del «progreso» económico y del liberalismo puro. Eso explica el éxito de Ciudadanos en Cataluña frente al descarrío del Partido Popular, mucho más tradicional desde el punto de vista simbólico. Entre bromas y veras, la ensoñación de Tabarnia pone el acento en la Cataluña iluminada, urbana, cosmopolita, europeísta, «productiva», económicamente avanzada, frente a la rural, pueblerina, tradicional. Lo llamativo es que un movimiento tradicionalista y estrictamente reaccionario, con el amparo del clero, se alíe con un izquierdismo anticapitalista. Pero así es. Ha pasado lo mismo en el País Vasco, con la conjunción de la Iglesia, los caseríos, ETA y el abertzalismo. De hecho, lo que está ocurriendo en Cataluña es que esa tendencia rural-tradicionalista ha sido combinada eficazmente con el discurso utópico de la izquierda anticapitalista, hasta el punto de que se ha logrado vender la idea de que para ser de izquierdas hay que ser algo independentista. Y esto ha atraído a una parte importante de los menores de 40 años –catalanes, hijos de charnegos–, infectados de una educación nacionalista y en situación de hartazgo por sus condiciones de vida y sus malas perspectivas. Este discurso de la izquierda anticapitalista está literalmente emparentado con algunas utopías neorruralistas actuales, que pretenden la vuelta a la tribu. Eso tiene poco que ver con la recuperación amorosa de los despojos y lo más valioso de la antigua vida rural, como la solidaridad comunal, una economía de escala humana al servicio de las personas y el convencimiento de que nadie es más que nadie.