Alfonso Ussía

Pedaleo

La Razón
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En Madrid se ha instalado la costumbre de celebrar en los nacientes otoños la «Semana de la Movilidad», que consiste en garantizar el movimiento de unos pocos en perjuicio de la inmovilidad de la mayoría. No se trata de un ingenuo y buenista invento de Manuela Carmena, porque el tostón obligatorio de la bicicleta viene de muchos años atrás, y todos los alcaldes anteriores, desde Tierno a Botella, han protegido el pedaleo por las calles de Madrid, que no es una ciudad apropiada para ello. Sí lo son Barcelona, Sevilla y Valencia, ciudades llanas y cómodas para desplazarse en bicicleta. Madrid es una tortura.

El gran río de Madrid es el Paseo de la Castellana. Un poderoso río sin agua. El Manzanares es un río descolocado, y si me permiten la audacia, absurdo e innecesario. Madrid tiene un caudaloso río de asfalto, con dos márgenes montañosos de primera categoría. El Puerto del Barrio de Salamanca y el Puerto de Chamberí. El ciclista capitalino disfruta sobre el asfalto del gran río, pero sufre sobremanera si, para reencontrar el calor de su hogar, se ve obligado a ascender por el puerto del barrio de Salamanca. Se elige el camino. El primer trecho, calle del Marqués de Villamagna, es corto. Apenas llega hasta Serrano, pero el breve tramo nada tiene que envidiar al Tourmalet, el Alpe D´Huez o nuestro terrible Angliru. Se llega a Serrano con evidentes desajustes vasculares y los gemelos a un paso del calambre. El cruce de Serrano es llano, pero inmediatamente se inicia el puerto de Don Ramón de la Cruz, con rampas del 18% hasta lograr alcanzar la calle de Velázquez. De Velázquez a Príncipe de Vergara se suaviza, pero el ciclista ya está vencido, hecho polvo. Si desea sufrir un infarto por el Puerto de Chamberí, le recomiendo el ascenso por la calle del General Martínez Campos hasta la Plaza de la Iglesia. No supera en ningún tramo el 14% de elevación, pero tampoco baja del 12%, llegando a Iglesia con sus restos mortales perfectamente preparados que se oficie su funeral.

El maravilloso Madrid de los Austria es montañoso. Y las cuestas de Moyano y de la Vega asustan tanto a Fromme como a Contador. Y el mismo gran río, el de La Castellana, pedaleado de sur a norte, es decir, desde Colón hacia los rascacielos de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, es río ascendente, engañoso y rompepiernas. Parece llano, pero no lo és, y de ahí la opción elegida por doña Manuela Carmena de pedalear apenas cincuenta metros con objeto de hacerse la foto. Durante el Día de la Bicicleta y la Semana de la Movilidad, todos los hospitales de Madrid, públicos, concertados o privados, establecen reforzados servicios de urgencias que no paran de atender a ciclistas desmoronados, deslavazados y desencuadernados que llegan milagrosamente a los centros hospitalarios en situación límite. En Sevilla, aquí donde me ven, si en el AVE llego, me lleva un taxi la maleta al hotel y yo alquilo una bicicleta. De Santa Justa a San Fernando, pedaleo con tan desaforado frenesí, que en mis veinte últimos desplazamientos a la romana y bellísima ciudad del Guadalquivir, he vencido en dieciocho ocasiones al taxista. Y aunque resulte innecesario y un tanto vanidoso recordarlo, entre los aplausos y vítores de los viandantes.

Hace muy bien el Ayuntamiento de Madrid en promover el ecológico desplazamiento de los madrileños y visitantes sobre una bicicleta. Pero con la obligación de presentar previamente un certificado médico que garantice a las autoridades competentes el buen fin del ciudadano que procede al pedaleo. Madrid es ciudad engañosa en extremo. Parece plana y tiene más y mayores cuestas que Cudillero, que ya es decir.

Cuídese la señora Carmena del riesgo ciclista e invite al señor Carmona a representarla en semejantes menesteres. El PSOE se lo agradecerá.