Paloma Pedrero
Pedir perdón
Hay que ser una persona muy consciente para saber pedir perdón, perdón de verdad. Perdón afirmando que sí, que fuiste tú quien se equivocó. Y que lo sientes, lo sientes de verdad, porque eso ha provocado un daño a otros. Reitero lo de la verdad porque hay algunos que piden perdón con tal facilidad y falta de reconocimiento que más que un lamento es una picaresca. Pero, en general, ¿por qué nos cuesta tanto pedir dis-culpas? Porque la culpa genera castigo, y el castigo es siempre doloroso. Ese «yo no he sido», nos viene de la infancia. Las criaturas naturalmente hacen de las suyas; el cuidador aparece y exclama: ¿quién ha sido? Y todos miran hacia otro lado. Hay niños ya cabroncetes, que señalan al hermano. Otros callan. Recuerdo tantas escenas en mi infancia de esta situación. Mi madre con la zapatilla en ristre, esperando respuesta, mi hermano y yo acobardados. Yo me llevé muchos palos con esas chanclas de madera para los pies planos que calzaba mi madre. Yo me hice soberbia ante ese sentimiento de injusticia. ¿Pedir perdón? No, a mí me han herido arbitrariamente. Así que, aunque a veces sí que era la culpable, ya había demasiadas deudas en mi corazón como para aceptarlo. Así vamos creciendo, con el miedo al castigo equivocado. Con el yo no he sido. Con ese juego continuo de tirar balones fuera ante cualquier situación de conflicto. No sabemos, no tenemos ni idea, de lo fructífero que es reconocer el error cuando lo hemos cometido. Porque la compasión también es parte esencial de los adultos no psicópatas, y cuando alguien dice de verdad: me equivoqué, fui yo, lo siento, las zapatillas caen al suelo. Desarmadas.
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