Francisco Nieva
Pepito Zamora, luces de «follies»
Yo dejaba España a la fuerza, por necesidad y como si me llevasen a ahorcar. Aquella mañana, viajaba con todos los demonios en el cuerpo, bajo la capucha de la depresión, viendo amanecer en la campiña francesa y en los aledaños de París. En las vallas publicitarias, antes de entrar en la Gare d´Austerlitz, se veían grandes filas de carteles anunciando el Follies Bergere. En alguna detención pude leer quién los firmaba: José Zamora.
¡Pepito Zamora! El joven modernista, decadente, refinado, homosexual, escritor, pintor, figurinista de lo que llamaría alta sicalipsis –malicia pícara y erótica–. Toda una leyenda de los años locos y las tardes del Ritz. -«¡Mira qué bien!», me dije, «otro español que se hace dueño de París, como Raquel Meller. No sabemos qué será de mí».
En Madrid, Pepito se había relacionado con todo el mundo, desde Valle-Inclán al marqués de Hoyos y Vinent, que tras la guerra fue acusado de homosexual y le dejaron morir sordo y ciego en las cárceles de Franco. Pepito se salvó con sus alas de mariposa y en París también se hizo amigo de todo el mundo, a un nivel si cabe más espectacular: Cocteau, Collette, Chanel y toda una alfombra roja que terminaba en el Follies, su trono de gloria.
En Francia no había término medio: o eras un gurú homosexual, de alto copete, como Cocteau o Collette, o sólo eras un «sale pedé». Pero Pepito tuvo mucha suerte y su vida fue un verdadero modelo de «gayté», con un bellísimo amante griego del que nunca se separó.
Y miren ¡qué casualidad! De vuelta a España, por causa de un incidente familiar, me enteré de que en el piso de más arriba de mi estudio –alquilado a la empresa URBIS– vivían Pepito Zamora y su bello y envejecido amante. Me hice muy amigo de ellos, me hicieron partícipe de su intimidad. Estaban arruinados, pero habían vivido en un paraíso de suntuosa frivolidad. Me mostraron una fotografía suya, todavía jóvenes, en Capri, desnudos y cimbreantes como dos gusanos eróticos imaginados por El Greco. Pero llevaban seis meses sin pagar y URBIS los desahució. Desaparecieron de mi vista, hasta que pasado poco tiempo me dijo Antonio Gala:«Después del entierro de Pepito Zamora, su viejo y bello amante se ha tendido en el banco de un paseo y se ha dejado morir».
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