Alfonso Ussía
Pequeña Venecia
Cuando los navegantes españoles se toparon con aquellas costas zigzagueadas de canales que llegaban al mar desde el interior, bautizaron aquel lugar con el nombre de Venezuela, la pequeña Venecia. En Venezuela la naturaleza es una prodigiosa desmedida. También tendría que serlo la riqueza, pero allá se ha robado mucho, y una buena parte de los beneficios producidos por sus inmensos recursos engordan en los paraísos fiscales del Caribe y de Europa. Tengo para mí que la mitad de Mónaco se ha construido con dinero venezolano, y algunos edificios de Vaduz, capital de Liechtenstein, también.
Venezuela –mejor sin Chávez–, es un país que merece más de una visita. Carece de la hondura cultural de Colombia, pero es una tierra portentosa. Buen lugar para esconderse de la justicia internacional. Pero también, un sitio para ser encontrado con toda facilidad si alguien tiene que ser detenido y hay voluntad de detenerlo. «Josu Ternera» y De Juana Chaos son dos criminales que en ningúna nación civilizada habrían encontrado tantas facilidades para escapar y tanta indolencia para ser de nuevo capturados y establecidos en donde les corresponde. Resulta muy extraño que un ciudadano español haya descubierto el paradero de De Juana Chaos por casualidad y que en el Ministerio del Interior estén a la luna de Valencia. De Juana Chaos es inconfundible. Un rostro como el suyo y una expresión de asesino como la que pasea en su libertad no admiten la posibilidad del error. En España pesa sobre él una orden de «busca y captura» que en su caso es más bien de «escóndete y no nos comprometas». Pues ya está comprometido el ministerio del Interior, que también conoce –aunque no actúa–, el paradero de Josu Ternera, asesino de cinco niñas entre otras cosas.
De Juana paseaba por uno de los centros comerciales más exclusivos del mundo. El Plaza Mayor de Lechería, cerca del Morro y el Puerto de la Cruz, en la zona que dio lugar al nombre de la Pequeña Venecia, Venezuela. Es posible que fuera sorprendido por el empresario español que lo ha denunciado cuando adquiría algún regalo para Irati, su bella esposa, la que le hacía chupachús en las cárceles españolas hasta que Rubalcaba le abrió las puertas de la libertad. Aquello fue un escándalo que ahora se deja comprender. Los socialistas vascos prefieren votar con Bildu que con el PP, y Rubalcaba encantado de la vida. En muchas ocasiones los hechos increíbles que en la política suceden se entienden con algunos años de retraso. Lo que no se entiende es que un Gobierno del Partido Popular se comporte con tanta mansedumbre y laxitud en la captura de tan sanguinarios terroristas. No es un problema menor. Se trata de una exigencia de la ciudadanía que no admite seguir siendo tratada como si fuera gilipollas.
Me hería la libertad del canalla de De Juana en Belfast, pero me hiere aún más su cotidiano placer venezolano. Entre una cárcel y la tristeza de Belfast la elección es difícil. Entre la prisión y el estallido de vida que la naturaleza regala en el Caribe de Venezuela, no hay color. Estallido de vida, de sensaciones y de placer que no merece disfrutar el criminal libre y paseante. En los tiempos que corren es prácticamente imposible permanecer oculto durante años con una orden de «busca y captura» adosada a la nuca. Si no se ha exigido al Gobierno de Venezuela la extradición de De Juana Chaos, es sencillamente, porque no ha interesado a las autoridades españolas, a pesar de la petición del juez Eloy Velasco. En su tibio refugio caribeño, De Juana Chaos ha pedido a sus compañeros de sangre que no entreguen las armas y mantengan lo que ellos llaman «la lucha armada». Además de asesino, chulo. Una sociedad no es libre mientras los que la asesinan pueden disfrutar de la libertad. Pero también hay que reconocer que una sociedad no está del todo podrida mientras existan personas valientes y decentes como el empresario que ha firmado su denuncia. Un impulso individual puede dejar en ridículo a la máquina parada de un Estado de Derecho.
Aprecio personalmente al ministro del Interior, Jorge Fernández. Desde ese aprecio me considero capacitado para ofrecerle un consejo. O se pone las pilas o el conejo deja de tocar el tambor. De Juana y Ternera tienen que saber que sus celdas están preparadas. No en la Pequeña Venecia, sino en España.
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