Alfonso Ussía
«Play Boy»
No me refiero a Pedro Sánchez, sino a la revista. El «Play Boy» celtíbero es un personaje ridículo. En la realidad, sólo hemos tenido un par de ellos en España. Poderosos y seductores. El Caballero de Olmedo y el Conde de Villamediana. Los dos fueron asesinados. «Que anoche le mataron/ al Caballero,/ la gala de Medina/ la flor de Olmedo». Y al conde poeta, guapo, altanero y malicioso. «Mentidero de Madrid,/ decidme ¿Quién mató al Conde?». El juglar de la calle atribuye la muerte de Villamediana en la calle Coloredos, «al impulso soberano». Le puso los cuernos al Rey.
En la ficción, el desdichado Don Juan Tenorio. Don Juan era incapaz de seducir sin ayudas. «De la Princesa Real/ a la hija de un pescador,/ ha recorrido mi amor/ toda la escala social». ¡Tururú! Para llevarse al catrecillo a doña Inés, la hija del comendador y robarla del convento, necesita a Brígida la dueña, que hábil de palabra pone a doña Inés como una fragua. Y para arrebolar a la prometida de Don Luis Mejía, doña Ana de Pantoja, echa mano de su criado italiano Ciutti, dueño del donaire enloquecedor de la seducción hablada. Sin ellos, el pobre Tenorio no se habría comido una rosca.
La revista «Play Boy» ha decidido dejar de ofrecer mujeres desnudas. Y me parece muy bien, porque las mujeres desnudas del «Play Boy» no alteraban la serenidad de ningún hombre. Eran de plástico, todas cortadas por el mismo patrón, sonrientes, tetudas y culonas, muy del gusto americano. De golpe «Margot, Miss Filadelfia».
¿Y qué? «Miss Filadelfia» no interesaba nada, y si el lector o comprador de «Play Boy» había cumplido los veinte años, menos.
Eso sí, nos lleva a otros tiempos. Con catorce o quince años la compraba en San Juan de Luz o Biarritz. No por su contenido, sino por el riesgo que conllevaba su prohibida adquisición. Nuestra madre nos preguntaba de vuelta a San Sebastián: «¿Qué habéis comprado en la papelería “Sud-Ouest” de la “Rue Gambetta”? Os he visto salir de ella con una bolsa»; «El número extraordinario del “Tour”». Primer escollo superado. El segundo escollo, la frontera. El carabinero que indagaba: «¿Algo que declarar?»; «nada, señor guardia. Todo en orden». Y el tercer escollo, el ascensor. «A ver eso del “Tour’’». Y le dábamos la bolsa y nuestra madre nos quitaba el «Play Boy». «¡Qué manera de tirar el dinero en porquerías!». No obstante, llevábamos dos ejemplares y siempre conseguíamos quedarnos con uno de ellos.
Entonces sí. A los quince años, «Miss Oregón» puede tener interés. Pero a los veinte, sólo tiene interés el desnudo de una novia o un ligue de verano, y aquello no se compraba. Era muy difícil conseguirlo, y había que invertir bastante tiempo y dinero en alcanzar la culminación. Y proliferaban los tontos que decían comprar el «Play Boy» porque las entrevistas eran muy interesantes.
En España se editó con poco éxito el «Play Boy». Le quitó todo el protagonismo «Interviú»”, que sacaba en bolas a mujeres españolas, mucho más conocidas e insinuantes que «Miss Dakota del Sur».
El «Play Boy» no tenía interés alguno. Atrás quedaron los tiempos de la «Rue Gambetta», del «Dodin» de Biarritz, de la frontera de Hendaya y del paso por Irún o Behovia, con la isla de los Faisanes en el centro del río Bidasoa. El «Play Boy» es para mí como el funicular de Igueldo o la bolsa de patatas de la playa de Ondarreta. Un recuerdo de veranos felices hasta los quince años.
A partir de ahí, ver a «Miss Nebraska» en pelotas dejó de tener interés. Y de las entrevistas no puedo opinar. No leí ninguna. Me parece bien la decisión del «Play Boy» de no ofrecer mujeres de plástico desnudas. Para mí, esa revista desapareció hace siglos.
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