Alfonso Ussía
Playas
Verano caluroso y soleado en el norte. Se ha vuelto a la advertencia paterna a los niños que no obedecen: «Si no desayunas, a la playa». Y los niños desayunan de inmediato, hartos de sol, de arena, de saltitos sobre las olas y de las picaduras de los escorpiones, un pez traidor que se cubre en las mareas bajas con la arena de la orilla y lleva en la aleta dorsal una púa envenenada. En San Sebastián se conoce por «sabirón», y en Fuenterrabía, a diez millas de costa, por «sabiroya». De ahí la importancia del «batúa», que ha ordenado los siete dialectos vascos, convirtiéndolo en un vascuence españolizado. Como si en Cádiz al boquerón se le dice «boquerón», en el Puerto de Santa María «boquerito» y en Sanlúcar de Barrameda «boquerete». Me he escapado de mi intención e ídome por las ramas.
Aquí en el norte, tres días seguidos de sol y calor están muy mal considerados. Nadie habla del calentamiento global, sino de la mala educación del tiempo. Las playas están abarrotadas desde primeras horas de la mañana, y los niños llegan a ellas llorando amargamente. Más o menos, Joaquín Abati, autor del inmortal cuento en octosílabos «El Conde Sisebuto», definió de esta guisa el juego de las olas desde una terraza del Sardinero santanderino. «Ola que arrasa,/ ola brutal/ ola algo escasa,/ ola normal,/ Hola! ¿qué pasa? / ¡Hola! ¿qué tal?». A Don Joaquín le encantaban las mujeres, y se pasaba horas en la terraza intuyendo muslos, pechos y traseros femeninos, ocultos con exagerada prudencia en los albores del siglo XX. Aquí, en las playas que rodean a Comillas, la propia de la Villa de los Arzobispos y las inmensas de Oyambre y Gerra en Valdáliga, aún se respira el antiguo ambiente del Seminario de la Compañía de Jesús, y el despelote tiene más medida que en otros lugares. Existen zonas acotadas para el nudismo, pero no impera. En la playa de Oyambre, en el principio de su ensenada final en la que aterrizó el avión que da su nombre a ese tramo playero, «El Pájaro Amarillo», falleció a consecuencia de un síncope un nudista noruego. Se supo que era noruego por su documentación, y que era nudista por ser el único habitante de la playa que tomaba el sol en porretas. Dormitaba en situación de decúbito supino cuando una sensación extraña lo despertó. Efectivamente, la circunstancia nada tenía de placentera. «Graff», el perro de los Oriol Ibarra, un enorme y siempre malhumorado «sznauser» negro alemán, haciendo gala de una curiosidad en absoluto elogiable, introdujo entre sus fauces la breve fuchinga del bañista nórdico, el cual, al verse en situación de tan comprometido riesgo, gritó aterrorizado y se precipitó de nuevo sobre la arena completamente pajarito. Fue la gran anécdota de aquel lejano estío. Porque antaño, cuando quien escribe bajaba a la playa tres o cuatro días en cada verano –los que no llovía–, los veraneantes acudían a estos lugares con sus perros, con albornoz, traje de baño modelo «Bermoldo» –popularizados por Leopoldo Calvo Sotelo en sus veranos gallegos–, y las mujeres exhibían biquinis de alta consideración moral y trajes de baño con faldita. Unas falditas que se levantaban con el nordeste, de tal modo, que en el caso de coincidir el día de sol con un viento nordeste, las veraneantes de Comillas, decentísimas, jamás le daban la cara al viento por si las moscas.
Que también las había. Moscas y tábanos, éstos últimos, absolutamente insoportables.
El tiempo, como las personas, ha perdido educación, modales y cortesía, y los veraneos norteños han asumido como un hábito la obligación de la playa. Para demostrar antiguas raíces establecidas por generaciones, los que bajaban a la playa con albornoz lo siguen haciendo con el mismo de siempre, para distinguirse de los advenedizos que dan el cante con sus albornoces recién estrenados.
Los naturales de la zona, denominan a los veraneantes de tres maneras. Las familias tradicionales conforman «La Paparda», es decir, el carcumen de papardos, un pececillo que llega a la costa en los veranos y no sirve para nada. Pero existe una gran amistad y tradicional relación entre los comillanos y los papardos. La segunda categoría la componen «Los nuevos», y la tercera, «los veraneantes de estreno». Estos sólo alcanzan la máxima categoría si se integran en un grupo de papardos, adquiriendo esa condición para toda la vida.
El papardo no baja a la playa más de cinco días. El «nuevo», quince como poco. Y el de «estreno» se pasa todo el día en la playa, haciendo muy complicada su integración social. Una calamidad, en síntesis. Y siempre por culpa de la playa.
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