Ciudadanos

Política sexy

Sebastián Sastre, magistrado del Tribunal Supremo, dirigía el Departamento Jurídico de La Caixa en julio de 2006 cuando un joven abogado entró en su despacho y le pidió la excedencia. ¿El motivo? Le habían elegido presidente de Ciudadanos. Cuenta Francesc de Carreras, catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Barcelona, que Sastre se quedó «boquiabierto y no daba crédito a lo que oía». ¿Qué era eso de Ciudadanos? Hoy, todavía muchos se hacen esa pregunta.

Meses antes, un grupo de intelectuales, entre los que se encontraba Carreras, publicó un manifiesto crítico con la deriva nacionalista y abogaba por la creación de una nueva opción política situada en «el espacio de centro izquierda que aglutinara a una sociedad civil frente al nacionalismo imperante». Todos eran personas de prestigio en sus actividades profesionales y ninguno pertenecía a partido alguno. Empezaron a hacer actos en diferentes localidades de Barcelona y su cinturón industrial y Albert Rivera, el presidente de Ciudadanos, se acercó. De Carreras le encargó un acto en Granollers y salió bien. El catedrático le conocía del curso 2002-2003. Se había licenciado en Derecho en Esade y era su alumno en el doctorado que impartía en la UAB. «Me pidió permiso para ausentarse tres semanas del curso para preparar las oposiciones a La Caixa. Se presentaban más de 1.000 aspirantes. Aprobó gracias a mí», comenta irónico para añadir con guasa: «Yo tampoco le suspendí aunque no me acuerdo de la nota». Su trabajo final fue sobre la teoría de partidos políticos.

¿Qué provocó que un joven abogado con un futuro prometedor se metiera en la aventura política? «La injusticia y mi pasión por el Derecho Constitucional, que me hacía vivir muy de cerca la polémica sobre el modelo de estado», recuerda el presidente de C’s. Su madre, malagueña, es más explícita: «Desde pequeño le entusiasmaba la política». Esa pasión le hizo renunciar a su tesis doctoral, «que haré y acabaré cuando deje la política, porque tenía vida antes de la política y la tendré después. Debes dejarla cuando dejas de ser feliz, de vivirla con alegría y pierdes la ilusión. Hay que saber leer la realidad. La política no es una profesión».

Su llegada al liderazgo de Ciudadanos fue una carambola. El primer congreso estaba enredado. Dos candidaturas enfrentadas y sin manera de alcanzar un consenso. Ángel de la Fuente, doctor en Economía, actualmente director de Fedea y autor del estudio sobre balanzas fiscales, tomó una decisión salomónica. El presidente sería elegido por orden alfabético. Empezaron por los apellidos. El agraciado declinó y el segundo en la lista «levantaba ampollas», como afirma un delegado de ese congreso. De la Fuente sugirió los nombres. Albert Rivera fue elegido presidente y Antonio Robles, secretario general.

El camino no fue fácil. Ciudadanos sufre una profunda crisis en el año 2009, que Rivera supera «porque tiene arrestos suficientes para decir lo que sea, ante quien sea». Así se expresa Karina Mejías, diputada y candidata de Ciudadanos por Barcelona. Llegó en 2010 a Ciudadanos desde las filas del PP porque «Albert es valiente y transmite ilusión» y aceptó la propuesta de «el niño», como le llama cariñosamente. En 2010, Ciudadanos se refundó. Rivera se pateaba todos los platós de televisión para explicar sus ideas. En un programa de Carlos Fuentes conoció a Juan Carlos Girauta, hoy eurodiputado y estrecho colaborador suyo.

Tiene fama de ser un hombre inquieto, hiperactivo. Se justifica ante esta acusación: «Soy un poco despistado en las cosas cotidianas, pero siempre pienso en el siguiente paso». Los suyos no se lo tienen en cuenta. La gaditana y diputada catalana Inés Arrimadas afirma que «no es un líder porque le sigamos, es porque él está detrás para empujar con mentalidad de ganador». El que fuera su mano derecha, Jordi Cañas, lo confirma: «Tiene confianza en su equipo. Nunca se impone, convence. Cometer un error no le impide seguir». Cañas tuvo que dimitir por una imputación. Su caso anida en el limbo y está retirado de primera línea. «Albert pone los intereses del partido por encima de los personales pero nunca deja a nadie tirado. Siempre le compraré un coche de segunda mano».

Es un fanático de las nuevas tecnologías. «Con ellas no se pierde el tiempo, se gana». Está convencido de que «abren un canal de comunicación con la gente al margen del partido». Gestiona en persona sus perfiles y considera que las redes sociales son «la nueva forma de hacer política. La ilusión de la gente no pasa ya por carteles y vallas». Le entusiasmó lo del naranjito de Rafael Hernando, portavoz del PP. «Si Hernando no existiera, habría que inventarlo».

Le acusan de no tener ideología. «Si me llaman español no me ofenden y si me llaman catalán, respondo que a mucha honra. Los que me acusan están trasnochados. Gente como yo encarnamos la España del siglo XXI». Y se define sin tapujos: «Soy progresista en la unión de España y en las libertades. No quiero que todo lo haga el Estado porque no quiero que se metan en mi casa, y no soy conservador porque no creo en privilegios». Y es categórico: «Ni rojos, ni azules, naranjas. Soy un liberal progresista que define un espacio ideológico con matices».

La política le ha hecho abandonar sus aficiones. Los viajes son un recuerdo y el waterpolo es pasado, aunque todavía encuentra momentos para ir a nadar al Club Natació Barceloneta. Lejos quedan los tiempos en los que corrió con su moto por todos los circuitos de España «y hoy no me queda tiempo ni para ver las carreras en la tele». Su agenda es un galimatías que gestiona José Manuel Villegas y su secretaria desde que llegó a la política, Romy. «Al principio era muy tímido, pero ahora hay que torearlo. En el cuerpo a cuerpo gana mucho, es muy cercano» y, sonríe, «es muy sexy». Ha rehecho su vida sentimental después de la separación de la madre de Daniela, su ojito derecho. Sólo le quedan los donetes y el zumo en el desayuno y suspira por una tabla de quesos, jamoncito y un vaso de vino.