Ely del Valle
Política y fútbol
El último barómetro del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat de Cataluña es desconcertante, no tanto porque haya una mayoría de catalanes que, en contra de lo que va proclamando Carles Puigdemont allende los mares, está en contra de la «desconexión» con España, como por el alto porcentaje de los que todavía apuestan por romper amarras.
Que haya casi un 45% de ciudadanos que prefieran poner sus vidas y haciendas en manos de quienes han arrasado las arcas públicas desafiando con ello al Estado del que, les guste o no, forman parte, no es una buena noticia por mucho que se esté haciendo hincapié en la superioridad del porcentaje de quienes son partidarios de seguir siendo lo que siempre han sido, o sea, españoles. Lo que viene a demostrar este sondeo es la fortaleza de un independentismo deslenguado, faltón y despectivo, al que no le asustan ni el enfrentamiento con las leyes ni la posibilidad del caos económico y social; un independentismo que tiene como bandera la confrontación y como rostro visible el de Anna Gabriel que es algo así como la versión de andar por casa y con flequillo de «la Libertad guiando al pueblo» hacia las sedes de los partidos políticos que le incomodan.
Hay sin embargo un dato que también recoge este barómetro y que da pie a que aún se pueda albergar una cierta esperanza: de ese 45 por ciento que afirma estar a favor de la independencia, hay más de un 10 por ciento que dice sentirse orgulloso cuando la selección española de fútbol mete unos cuantos goles, y eso es bastante más significativo incluso que la pérdida de escaños que por lo visto experimentaría el bloque de Junts pel Sí y la CUP, porque si tenemos que apostar por cuál de las dos materias, el fútbol o la política, incita más a la mentira, la respuesta está clarísima.
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