Cristina López Schlichting
Politiqueos
No puedo definirme sobre el cambio climático por la misma razón que me resulta imposible opinar sobre la apendicitis. Así como la política es susceptible de opinión, la matemática, el amor o Dios no lo son. La ciencia –matemática o meteorológica– exige hipótesis y experimentos, y el amor y Dios una búsqueda moral. No toda la realidad puede abordarse con el mismo método. Y el cambio climático no parece un problema ideológico ni moral.
Me hacen mucha gracia Al Gore o ciertos ecologistas (no todos) que hacen de ello una bandera. Es algo que pasa cuando las cosas se ideologizan, o sea, se someten artificialmente a un corsé mental. Así hay quien se juega la vida por la propiedad estatal de los medios de producción o quien lo hace por el libremercado, tócate las narices. La ideologización del cambio climático llega de la mano del dinero, naturalmente. De conferencias, congresos y cumbres que cuestan mucha pasta, de fondos para la investigación que afectan millones de bolsillos y apuestas energéticas que pueden desmochar muchas carreras políticas y empobrecer o enriquecer a los países. Por eso, y no por el nivel medio de los mares, cabe deducir que si alguien «niega» el cambio climático es de derechas –porque teme que haya que renunciar a los combustibles fósiles– y si lo «afirma» es de izquierdas –porque no prioriza el desarrollo económico–, pero resulta todo tan absurdo como un debate sobre la influencia de una mala alimentación en la diabetes tipo B. Sencillamente, sabemos poco de esta compleja materia y debemos ser humildes y seguir potenciando la investigación. Entretanto, los sesudos periodistas que golpean la mesa con opiniones contundentes, me recuerdan a los curas que convierten sus parroquias en adefesios porque creen firmemente que la capacidad arquitectónica o el gusto artístico son dones del Espíritu Santo que se reciben con el orden sacerdotal.
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