Política

Poner el acento en el acento

La Razón
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Sus malas artes de pasillo; el reguero de cadáveres que ha dejado a su paso; la manera taimada en la que escabechó al secretario general; su indefinición ideológica; la(s) foto(s) con Chaves y Griñán; el uso de las instituciones como plataforma de promoción personal; la ambición desmedida y el diferencial cósmico entre éstas y su capacidad intelectual; la inanidad de su acción de gobierno; el secuestro del parlamento regional; los montones de facturas que duermen el sueño de los justos en los cajones; el nivelito de los prójimos; los colegios sin calefacción ni aire acondicionado; la contemplación con la corrupción; la demagogia; el sonrojo de cada informe Pisa; la vergüenza de cada EPA; el bochorno de cada índice de trasparencia; el permanente escupitajo sobre el cadáver de Montesquieu; los ERE que no cesan; la millonada que cuesta Canal Sur, esa infamia; casi la mitad de los andaluces en riesgo de exclusión; la omnipresencia de la Administración y de la administración paralela; el desacomplejado tránsito del andalucismo de pitiminí al españolismo de peineta; la cultura orgánica; una década paciendo en la facultad de Derecho; el cuerpo insepulto de Rafa Velasco; el fantasma de Antonio Fernández; el ectoplasma reaparecido de Gómez de Celis; los tics peronistas; la querencia por el subsidio; la voracidad fiscal; el derrumbe del sistema sanitario; las promesas incumplidas; la universidad ágrafa; la caterva de enchufados... Todo esto y mucho más puede reprochársele a Susana Díaz pero un concejal socialista del Ayuntamiento de Madrid, adscrito a las filas del pedrismo, ha preferido ¡mofarse de su acento! Se extrañarán después los implicados del desafecto de los ciudadanos hacia la clase política, en la que precisamente brilla la clase por su ausencia.