Alfonso Merlos
Predicar con el ejemplo
El ejemplo no es la mejor forma de enseñar. Quizá sea la única. Valga la reflexión de Albert Einstein, por refinada o excesivamente elevada que luzca, para entender por qué la regeneración de la vida pública española está lejos de completarse. Se está trabajando en ello, sin duda. En la dirección adecuada, claro que sí. Los resultados tardarán en llegar, obviamente. Pero hay que acelerar el proceso.
No puede ser más esclarecedor ni crucial el estudio que hoy revela LA RAZÓN, con sus guarismos y sus profundísimas implicaciones y lecciones. Nuestros políticos deben estar a la altura del momento nacional. Eso exige una preparación, una trayectoria, una formación, unas cualidades, unas actitudes, unas aptitudes y unas competencias. Y a tenor de los datos hoy abiertamente conocidos, digámoslo claramente, demasiados de nuestros egregios representantes flojean, o son unos rajados.
Es complicadísimo exigir al grueso de la población esfuerzos y sacrificios. Es cuasi insostenible plantearles a los ciudadanos que deben dar lo mejor de lo mejor que llevan dentro cuando los presuntos líderes de este cambio en el orden de cosas, de esta ineludible revolución tranquila, apenas alcanzan el grado de bachiller.
Ya se sabe de lo atinado del refranero español. Consejos vendo que para mi no tengo. Y ya se sabe, desde hoy, lo que muchos compatriotas de infantería están legitimados para replicarle a demasiados de nuestros políticos regionales. Cuando se entreguen al estudio, cuando acumulen méritos, cuando sepan lo que significa superar una oposición o ganar en buena lid un concurso, entonces y sólo entonces, súbanse al púlpito, pontifiquen, pastoreen, conduzcan. Pero hasta ese momento, quizá el servicio mayor al interés general que puedan hacer es retirarse elegantemente. Hay entre nosotros profesionales cualificados, quizá con ganas de hacer política, y seguro que con más ganas todavía de ayudar a España.
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