Ángela Vallvey
Presos
Observo ojiplática a los «ilustres» presidiarios que desfilan por la tele en «prime time»: altos cargos del deporte, la política, la empresa..., que han terminado en el saladero de una celda por motivos relacionados con un supuesto ansioso mangoneo, principalmente. Sonrío, y después me quedo estupefacta, porque en cuanto estos «monsieurs» ponen un pie fuera del talego, montan una improvisada rueda de prensa a las puertas de la cárcel en la que se limitan a dar efusivamente las gracias «a los presos del módulo 1» (o del módulo 2, del módulo 3... pues parece que lo de la prisión va por módulos, como el IRPF de los autónomos). Estoy convencida de que acceden a hablar ante la prensa solo para tener la oportunidad de saludad a sus colegas del penal (los internos del módulo 1, del módulo 2..., etc.). Luego, me imagino a los presos dando saltos en la sala común donde ven la televisión, aullando de contento porque Villar, Bárcenas, Granados..., «et al.», los han saludado desde el telediario. Y los veo brindar –con agua de grifo a palo seco, pues la gente curtida es capaz de echarse al coleto eso y más, y en las cárceles el «drinking» alcohólico no está bien visto–, y lanzar gritos con alboroto por el momento de relevancia vivido gracias al saludo público del pez gordo que, poco antes, estaba enchironado junto a ellos. La rueda de prensa a la salida de la trena se ha convertido ya en un espacio como esos de saludo radiofónico de la posguerra: «Saludo a mi prima Mari Jose, que me estará escuchando». La alegre muchachada penitenciaria está que se lo condimenta. La democratización ha llegado también al régimen carcelario, con la misma fuerza que a la industria textil. Nunca antes las chicas trabajadoras, por ejemplo, se habían podido vestir como las señoronas adineradas, hasta que la democratización de la moda lo consiguió. Y jamás los poderosos se habían mezclado con los delincuentes comunes y corrientes –por lo menos, no en cantidades tan abrumadoras–, hasta que la democratización del latrocinio, la estafa, el abuso y la rapiña institucional, convirtieron las cárceles es un espacio de igualitarismo sin igual (valga la idiota expresión). Además, el sistema se me antoja muy conveniente porque, cuando los peces gordos salen de la cárcel, todos han ampliado sus contactos: los que se van, y los que se quedan dentro...
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