Luis Alejandre
Prim, en su primer centenario
Todos los miembros de la Sociedad Bicentenario General Prim que conmemoramos este año los doscientos de su nacimiento en Reus, relacionamos el escaso eco del primer centenario con la gran tragedia que asoló Europa en 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial.
Preparando una reflexión sobre los orígenes de este conflicto, apoyado en un clásico como es la magnífica obra de Fuller «Batallas decisivas del mundo occidental»(Ediciones Ejército 1979) y en el magnífico trabajo de investigación escrito recientemente por Fernando García Sanz, «España en la Gran Guerra» (Galaxia 2014), en el que plantea serias y fundadas dudas sobre la real neutralidad de la España de Alfonso XIII, procuro siempre asomarme a la prensa del momento. Es bueno en mi opinión contrastar los diferentes puntos de vista. Es como si necesitase respirar el mismo aire con que lo hacía la sociedad en aquellas difíciles fechas. Y en la búsqueda, entre reportajes sobre la destrucción de Lovaina, capital de nuestro antiguo Brabante o el sitio de Amberes, aparece un magnífico «interviú de ultratumba» mantenido supuestamente con el general Prim precisamente en 1914, firmado por Claro de la Plaza. (La Esfera, 19 Septiembre ).
«General, el cañón suena. Otra vez pelean alemanes y franceses como en 1870, cuando usted preparaba la gran obra de una España democrática, que fue interrumpida poco después por las balas traidoras que os asesinaron», pregunta el entrevistador. Y Prim contesta analizando el porqué de aquella guerra que muchos relacionaron con el ofrecimiento de la Corona de España al Príncipe Leopoldo de Hohenzollern Sigmaringen,( el «olé, olé, si me eligen» de las coplas populares). Ratifica nuestro General que Napoleón III tampoco quería al duque de Montpensier como rey de España y acusaba al conde de Gramond, ministro de Asuntos Exteriores galo, de haber creado un clima de crispación en Europa. Añadía –aquí hay parcialidad– que el rey Guillermo «llegó en su amor por la paz a límites rayanos en la humildad».
Prim mantuvo a España neutral en aquella guerra del 70, anticipo inmediato de la Mundial de 1914, por el convencimiento de que España necesitaba un larguísimo período de calma para robustecerse. «Como hombre político sé que mi nación necesita para llegar a convertirse en una gran potencia mediterránea, la labor de cuatro o cinco generaciones bien orientadas».
¿Fue solicitada España?, es interrogado. Lo fue por ambas partes. Bismark envió a Madrid al mayor Von Versen con plenos poderes a fin de ajustar un pacto por el que España mandaría 30.000 soldados a Bayona y otros tantos a Perpignan para atraer a la frontera pirenaica tropas imperiales. A cambio, Bismark ofrecía apoyos para dominar el norte de Marruecos y la declaración de Gran Potencia a favor de España.
¿Y Gambetta, al constituirse en Francia el Gobierno de Defensa Nacional? Estando sitiada París, el conde de Kératry salió del cerco en globo y llegó desde Burdeos al madrileño Palacio de Buenavista, en el que se alojó Prim siendo ministro de la Guerra y después como presidente del Consejo de Ministros y en el que murió aquel aciago 30 de diciembre de 1870. Kératry propuso a Prim «sacar a España de su eterna interinidad», apoyándole en la creación de una república ibérica de la que el general sería presidente. Pedía a cambio que España mandase 50.000 soldados al Loire dispuestos a entrar en combate en diez días. Francia aseguraba sus pagas y un subsidio de 5.000 millones de francos. «No me seduce ser presidente de ninguna república», replicaría Prim. «Yo aspiro a ser un Moltke y no un Cromwell».
Y predijo el triunfo de las armas alemanas. «En mis viajes de la emigración que tanto me enseñaron, conocí lo que era la organización militar prusiana». Habla el Prim que no se ha formado en ninguna academia militar, pero que constantemente analiza, estudia , asimila, bien en hospitales de campaña o en campos de batalla durante la Primera Guerra Carlista; aprende en el exilio; aprende viendo el despliegue de modernas artillerías en Crimea; aprende ante el despliegue de 100.000 hombres del ejército norteamericano del Potomac; aprende en México junto a ingleses y franceses. Sobre todo aprende de sus fracasos.
Con Bismark había coincidido Prim en 1864 en Carlsbad. En aquel momento le interesaba al canciller lo acaecido en México. Allí Prim, contrariando los planes del Napoleón III, fiel a lo acordado por Francia España e Inglaterra, no quiso una ocupación territorial que intuía artificial y poco duradera, como sucedió. «A Napoleón III le pesa demasiado la historia de su gran pariente», remataría Bismark
¡Lástima que haya nacido usted, general, en un arrabal de Europa!, pone el entrevistador en boca del Canciller de Hierro.
Más bien yo diría que nació en un arrabal de nuestra compleja Historia. Bien sabían sus asesinos que nos empujaban otra vez hacia los suburbios de Europa.
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