Ángela Vallvey

Pronunciarse

La Razón
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En España hay una «rancia» tradición de pronunciamientos, que se diferencian del clásico golpe de Estado. El pronunciamiento era una forma más o menos eficaz y fácil de consumar el asalto al poder. No hay que confundirlo pues con el golpe de Estado, como el del 23 de febrero de 1981. El pronunciamiento necesita una puesta en escena que requiere algo más que un guardia civil vocinglero dando tiros al aire.

El general que se sublevaba antaño lograba culminar su trasero en el sillón de mando y hacer realidad los anhelos de gobernar a su antojo, sin contrapesos de ningún tipo. La tiranía es el sueño húmedo del poder, la tentación por excelencia del que aspira a convertirse en autoridad suprema. Abordar la cumbre y no encontrar oposición es la fantasía más íntima y sustanciosa que compartirían, seguramente, Mandonio, Pizarro, Velarde, el general Narváez o su colega Zurbano, Daoiz, Rafael de Riego y Perico el de Los Palotes...

La molesta costumbre de los pronunciamientos no se ha extinguido en España, sino que ha mutado de manera natural hasta transformarse y parecer otra cosa. En las formas, que no en el fondo. El pronunciamiento 2.0 no precisa bandos contundentes y pomposos declarando una restauración monárquica, ni ejércitos desnutridos y ávidos para liarla parda: se puede comenzar en Twitter y acabar movilizando escaños de un lado para otro. A Pavía se le pondrían los pelos como alcayatas, pero seguramente reconocería los usos y costumbres del buen pronunciamiento español, de honda raigambre político-militar, en la mirada codiciosa de algunos que hoy suspiran por la poltrona desde la que un edicto ordena y decreta. El pronunciamiento actual, al igual que el de antaño, comienza reuniendo a un grupo de presión, cuya voluntad inequívoca es enfrentarse al poder constituido, y sigue con una declaración de intenciones mediante la que se manifiesta la rebelión. El pronunciamiento actual, a diferencia de otros tiempos, no está apuntalado por la fuerza militar, sino que aspira a sostenerse sobre la sociedad civil, a legitimarse traduciendo su fuerza en votos. Lo que está detrás del pronunciamiento es la constancia férrea de un grupo, dispuesto a plantar cara al orden establecido que, si carece de una potencia igual o mayor, está condenado a perder la batalla.

Por cierto que decía Azaña: «Me confirma Prieto que los asturianos se han constituido en ‘gobierno soberano’, que es lo que quiere aquí todo el mundo...».

Pues eso.