Ángela Vallvey

Prudencia

No siempre la cordura tiene el bastón de mando del equilibrio, o la clave de la verdad. Por lo menos así lo creía Bernard Shaw cuando en su obra «Santa Juana» hace discurrir a Beltrán de Poulengey, un hombre que «habla muy poco y sólo cuando lo interrogan, y entonces despacio y con obstinación en la réplica», lo que indica a todas luces que se trata de un tipo prudente. Sin embargo, este hombre juicioso y templado se encara con el capitán Roberto de Baudricourt, que le ha llamado loco al ver la fe que tiene en Juana de Arco, ¡en una simple adolescente que se ha escapado de casa y anda pidiendo un caballo, una armadura y escolta para ir a ver al Delfín e intentar salvar Francia...! Beltrán se planta y le responde al capitán: «Ahora hacen falta algunos locos, porque fíjate adónde hemos llegado con los cuerdos...». Es posible que, como aseguraba Ramón y Cajal, casi todos los males de los pueblos y de los individuos provengan del hecho cierto de que no han sabido ser lo bastante prudentes y enérgicos durante ese momento –histórico o personal– que de repente pasa y no vuelve jamás, pero que condiciona el devenir para siempre. ¿El planeta Tierra está en manos de gente sensata?, se pregunta una a menudo. ¿Es la prudencia la principal virtud de los gobernantes y dirigentes del orbe?, ¿de los amos del mundo...? (Claro que Benavente se echaba a temblar, desconfiado, cada vez que en España se invocaba la prudencia para algo)... A todos nos gustaría pensar que estamos a merced de sabios, que se hace lo mejor de entre todas las cosas que podrían hacerse. Pues la prudencia es cordura, la cordura es sabiduría y la sabiduría es acierto.

(«Guerra», dice Obama. «¡Ay!», pienso yo).