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La Razón
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Antaño, se usaba la información como arma de propaganda. Las escrituras pictógrafas, por ejemplo, eran celosamente guardadas por los sacerdotes de Babilonia o el antiguo Egipto. Constituían utensilios de poder, de control. La escritura formaba un misterio religioso en posesión de la casta sacerdotal. Pero la escritura acabó popularizándose, democratizándose, por razones de mera utilidad comercial: los escribanos necesitaban tomar nota de las transacciones, y los comerciantes enterarse de qué se compraba y vendía, y cuánto ganaban ellos en el proceso. Los reyes, los personajes relevantes y acaudalados, poseían secretos maravillosos que el pueblo llano no sabía ni deseaba conocer. La información siempre ha sido poder. Desde la época de Julio César, que colgaba en el Foro crónicas de noticias que le interesaba hacer circular... La historia de la manera en que corre la información lo es también de la omisión calculadora, de la tergiversación que renta, de la distorsión falsificada. Los grandes estados de la Antigüedad estaban muy descentralizados, porque las distancias entre las ciudades o los distintos núcleos de población hacían imposible otra cosa, de modo que la información y la censura eran usadas como forma de propaganda. Pero el mundo, en los últimos años, ha completado un proceso casi mágico de intercomunicación. Ahora, las distancias no existen. Sólo el tiempo es capaz de convertirse en interruptor de un planeta perennemente despierto y policomunicado. Pero –resulta increíble– el poder que supone la información se dirige todavía con las mismas armas que hace miles de años, mediante el control selectivo de las noticias y la mentira como forma de crear estados de ánimo maleables con facilidad. Una consecuencia de ello es que se puede hacer publicidad muy eficaz mediante el escándalo, por lo general basado en un engaño. El proceso sería así: se hace correr un bulo que afecta a una persona, idea, marca, etc... Se obtiene una reacción colectiva de rechazo contundente —por lo general en internet, pero de ahí saltará enseguida a los demás medios de comunicación, ansiosos de generar «contenidos»–. Se descubre la farsa cuando ya el rumor ha engordado. La publicidad se ha realizado con éxito, a un coste muy barato. Más que nunca, funciona aquello de «que hablen de mí, aunque sea bien». Lo inquietante es que cada vez resulta más difícil distinguir la verdad de la mentira. Lo importante de lo banal. Y lo moral de lo indecente.