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Sabino Méndez

Punk ecuménico

Punk ecuménico
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Si el movimiento punk no fue considerado únicamente inglés sino algo más ecuménico, global e internacional, se deberá siempre a grupos americanos como los Ramones. A finales de los setenta, en pleno apogeo del jipismo y las intenciones espirituales cósmicas, unos cuantos grupos neoyorquinos empezaron a tocar en el club CBGB con la sana intención de hacer una música popular más directa que hablara de las ciudades y de cómo vivían en ellas los adolescentes de la época. Se trataba de grupos como Ramones, Blondie, Television o Mink DeVille. Cualquiera de los discos de debú de estos grupos puede considerarse una pieza mítica que alumbra un cambio de época estética. Frente al barroquismo del «flower power», frente a las pretensiones pedantescas de nuevas espiritualidades y gurús enriquecidos a costa de los ingenuos, The Ramones y sus amigos llegaban para denunciar la banalización en que había derivado la contracultura: sus intenciones de una espiritualidad se habían quedado en la astrología de un póster (algo parecido a esos videntes embaucadores de la televisión nocturna). A partir de entonces, el punk tuvo dos vías reconocidas: el punk inglés (más politizado, letrístico y cultural) y el punk americano (más directo y estético). Pero ambas desembocaban en el mismo lugar: el de un humor ácrata, minimalista, sardónico y divertido que era una denuncia y una protesta sangrante de los aspectos grotescos, de las pretensiones infladas de los falsos profetas que son la moneda de nuestro mundo. Todos esos grupos fueron muy bien aceptados y rápidamente adoptados en España. No creo que haya nadie de mi generación que odie a los Ramones. Resultaban simpáticos, ya de entrada, por su absoluta falta de pretensiones y estaba además su nombre hispanizado, algo muy de moda entre los grupos de punk neoyorquinos que se interesaban, como Willy DeVille por el Bronx hispano y la música que allí se había escuchado durante los sesenta (¿alguien me puede bajar de You Tube una canción de Santo & Johnny?). Creo que en esa rápida adopción tuvo mucho que ver también un evento del cual se cumplirán este verano 35 años. Fue el festival de Canet Rock de 1978. Aquel año lo que tenía que ser la edición consuetudinaria y doméstica de un festival de músicas folclóricas regionales cayó en manos de unos «freaks» y trajeron grupos punk del momento, abriendo el festival al panorama internacional. Tocaron Ultravox, Blondie, los excelentes franceses Bijou (el grupo que reactivó la carrera de Serge Gaingsbourg) y todo fue un escándalo. Hacía sólo seiscientos días que había empezado la Transición y a los organizadores les cayó una multa de medio millón por usar una imagen de la virgen para el cartel anunciador. Entraron veinticinco mil jóvenes y diez mil saltaron las vallas para no pagar. Aún recuerdo el polvoriento camino en subida desde la estación de tren hasta la prometedora montaña (el Pla d'en Sala) donde se celebraba el festival. Fue una época para el escándalo. Sólo faltaron los Ramones.