Historia
¿Qué es la verdad?
La importancia trascendental de los hechos relatados en los capítulos 18 y 19 del Evangelio de San Juan puede enmascarar la lección política que encierran algunos de sus pasajes.
Cuando Jesús le dice a Pilatos: –«He venido al mundo para dar testimonio de la verdad», el gobernador romano le contesta:«¿Qué es la verdad?».
Es el personaje político de más altura en Palestina, el que detenta el poder delegado del emperador, y este prohombre, investido con tamaña responsabilidad, se permite afirmar que no cree en la verdad, que no actúa guiado por una norma superior, que su gobierno es pragmático y circunstancial, y no se avergüenza de confesar su postura.
Sin embargo, sus inmediatas palabras contradicen la pregunta que había formulado, al afirmar: «Yo no encuentro en él motivo de condenación». Frase que está reconociendo la existencia de normas, con arreglo a las cuales se juzgan las conductas.
Propone entonces un veredicto populista y,aun reconociendo la inocencia del acusado, como acaba de expresar, da a escoger a la masa entre un culpable convicto y Jesús. Es un acto políticamente correcto no aceptar la responsabilidad y trasladarla a un tercero, pero que no sirve, porque la masa escoge a Barrabás.
Pilatos decide entonces aplicar un castigo menor para salvar al inocente del mayor, y muestra a Jesús, vejado y martirizado, con la secreta esperanza de que su injusto castigo aplaque a la exaltada turba.
¡Ahí tenéis al hombre! Ecce homo. La reacción del pueblo enfebrecido es: ¡Crucifícalo!
Repite el representante de Roma: –«Yo no encuentro en él motivo para condenarlo», y angustiado por su responsabilidad, vuelve a interrogar a Jesús y, ante su silencio, le increpa: –«¿No sabes que tengo poder para librarte y poder para crucificarte?».
La contestación que recibe es un tratado de derecho político: – «No tendrías sobre mí poder alguno, si no te hubiese sido dado de lo alto».
El drama concluye, porque los judíos acusan a Pilatos de traición al César si no condena a Jesús, y ante el horizonte de ser inculpado por deslealtad, prefiere la prevaricación de condenar a quien ha proclamado inocente por dos veces consecutivas, y entrega a un ciudadano con el gesto teatral de lavarse las manos.
Son varias las lecciones que se desprenden del relato y todas son aplicables al momento que vivimos, porque las reacciones humanas son siempre las mismas independientemente de la época en que se produzcan, pues responden a la propia naturaleza del hombre que se repite en sus virtudes y en sus defectos.
La primera y más evidente es que el relativismo, huir de cualquier norma e igualar en un mismo magma verdad y error, conduce a situaciones injustas si no claramente perniciosas.
Pilatos, el político amante de su sillón –en este caso triclinium– salvó su puesto pero ha pasado a la historia como arquetipo del cobarde, del medrador que sólo busca su beneficio, y que, ante su bienestar personal, no le importa sacrificar a la justicia y a cualquier principio. Si deseaba salvaguardar su prestigio, lo ha arruinado ante el mundo entero y durante sucesivas generaciones.
La segunda está ya recogida en el conocido refrán: «Más vale ponerse una vez colorado, que cien amarillo». El político Pilatos pudo, al principio, sentenciar inocencia, tal y como juzgaba en su fuero interno, más por contemporizar, el asunto se agravó y se le fue de las manos.
Sigamos con conclusiones, porque el texto invita a ello. El axioma de que la voz del pueblo es siempre voz de verdad, queda aquí en entredicho, porque la masa es manipulable y, en asamblea, fácilmente excitable por instigadores que conozcan su oficio. Eso no ocurre con los individuos, uno a uno, de ahí la importancia de reconocer el valor de la persona y el respeto debido a la libertad de cada cual. La uniformidad igualitaria del Estado moderno conduce a la negación de las libertades personales.
Por último, las palabras de Jesús sobre el origen de la autoridad son esclarecedoras, porque establece la doctrina sobre asunto tan importante para la sociedad.
Según el pensamiento cristiano, que lleva dos mil años estudiando esta cuestión, la autoridad sólo puede originarse en el Creador, origen y fundamento de las normas que rigen la creación, que se conocen como Ley Natural. Para quienes no acepten un principio primero de todas las cosas, el origen de la autoridad es un problema de muy difícil adjudicación en el que cabe toda suerte de explicaciones.
Si la autoridad proviene del Creador, a los hombres corresponde establecer los mecanismos para designar sobre quien debe recaer.
La Historia es un muestrario de muy distintos y variados procedimientos, y el sistema democrático, con designación por elección, es el más reciente, el que mejor se ajusta a sociedades masificadas y, en palabras de Churchill, «el peor de los sistemas políticos, a excepción de todos los demás».
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