Julián Redondo

Que no estaba muerto

Que no estaba muerto
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Tres derrotas consecutivas después de varios meses de permanecer invicto y saltaron todas las alarmas. ¿Acaso ha sido un espejismo lo del Atlético? No. Pero era necesario comprobar, aunque fuera frente a un rival de menor calado como el Valladolid, que después del frenazo no había marcha atrás. Y no la hubo. A los cuatro minutos 2-0 y de la sexta velocidad al socorrido ralentí. Luego no estaba muerto ni tomando cañas, sólo «algo cansado», quizás aturdido o tal vez confiado en exceso a la batuta de Diego Ribas.

Todo lo que ha conseguido Simeone es tan real como las limitaciones de una plantilla heroica que combate con tirachinas cuando la competición exige obuses, pasado el ecuador. Y no los tiene, carece del poder armamentístico y de la calidad del Madrid y del Barça. Bastante es que lucha con ellos, como sería extraordinario si dejara en la cuneta de la «Champions» al Milan. Y no es un sueño, tampoco lo era que Javier Fernández hubiese secundado el viernes, en Sochi, a Paquito y Blanca Fernández Ochoa en el palmarés olímpico español. Pero es más fácil hacer el amor en un Simca 1.000 que no repetir un triple-triple o no caerse en uno de esos maravillosos ejercicios que durante horas y horas, en jornadas extenuantes, ensayan los patinadores.

Empezábamos a familiarizarnos con el cuádruple salkof, el triple lutz y el doble toe cuando, como cantaba Rocío Jurado, se nos rompió el amor el día de San Valentín y Javier se quedó anclado al cuarto puesto, tan cerca del podio. Aún tiene recorrido el doble campeón de Europa, y es de esperar que el Atlético, por su bien y el de la Liga, ni repita errores del pasado ni se funda en negro.