Alfonso Ussía

Quebranto

Una postura elegante y sensata obliga a defender la presunción de inocencia. Pero cada día que pasa resulta más difícil esa obligación. Día movido el del pasado jueves. Y confuso. Los periodistas llegaron a la casa de Rodrigo Rato antes que la Policía y los agentes de Aduanas. La fiscalía le acusa de fraude, blanqueo, tráfico de divisas y alzamiento de bienes. Siete horas, detención y finalmente en libertad. No huele bien el jardín. Rato, que ya no es un aforado, entró en el coche policial ayudado por un agente. Zarrías, horas antes, lo hacía sonriente en el suyo, como Chaves y Griñán. Presunción de inocencia. Rodrigo Rato fue el ministro del milagro económico. Tenía un equipo muy antipático. Montoro y un tal Costa, que ha desaparecido. Cuando Rajoy fue iluminado por el dedito de Aznar –ay, ese dedito, qué daño ha hecho–, Rato pasó a ocupar el cargo más relevante de la economía mundial: Director del Fondo Monetario Internacional. Ahí es nada. Abandonó inesperadamente su responsabilidad. Para que sea llanamente entendido. Se juega la final del Mundial de fútbol. Y en la noche previa a la celebración del partido, Ronaldo o Messi deciden no disputarla y se retiran del deporte activo. Al ser preguntados por su chocante actitud, su respuesta se sostiene con una justificación alarmante: «Una sobrina, que está con gripe y tiene fiebre, y en esas condiciones, no puedo jugar». Así fue la salida de Rodrigo Rato del FMI, y sigue sin ser explicada ni comprendida. Y después, Bankia, las tarjetas y los seis millones de euros provenientes de un banco muy raro que alertaron al fiscal. Pero el registro de su casa y su efímera y bien filmada detención huelen aún peor que su jardín. Montoro lo había anunciado en el Congreso, y un alto cargo del PP puso en alerta a los medios de comunicación.

Presunción de inocencia también, faltaría más, en beneficio de Chaves, Griñán y Zarrías. Un trío aforado, con una sombra a sus espaldas de centenares de millones de euros desviados de su destino. Griñán declaró que no hubo plan para defraudar, pero que se había producido un gran fraude. Chaves que no hubo ni plan ni fraude. Zarrías –el gran manipulador–, que pasaba por ahí y no se enteró de nada. Y el interventor de la Junta ha solicitado declarar antes de que les sean concedidas a los tres la Gran Cruz de la Beneficencia. Cuando la Justicia aprieta nacen las deslealtades y –presunción de inocencia aparte–, mucho me temo que el trío va a descomponerse. Y ahí los Pujol, encantados de la vida y del trato político y judicial que están recibiendo. Al fin y al cabo –presunción de inocencia–, se trata de una herencia que se ha multiplicado por mil. Y todavía no ha aparecido ni la herencia, ni el testamento, ni van a aparecer, porque los Pujol son temidos y pudieron implantar y desarrollar su extraordinario proyecto de enriquecimiento con la complicidad de los Gobiernos socialistas y populares a cambio de prudencia nacionalista. Importa poco si están o no aforados, porque nadie los va a rozar.

Y debajo de la boina de los poderosos, todos los demás. Los que hemos depositado nuestros votos de confianza en partidos políticos que han albergado, con comodidad y ausencia de recelos, a auténticos gobernantes golfos y desaprensivos, que han puesto en peligro el sistema. Y no se libran los empresarios y banqueros que dominan los medios de comunicación y oscurecen la labor de la justicia. Y no se salvan los beneficiarios de la corrupción de unos pocos que puede llevar al abismo a toda una sociedad.

Presunción de inocencia, sí. Pero con la nariz tapada. Porque hasta la presunción de inocencia en España atufa.