Julián Redondo

Quejíos

La Razón
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Olas de incomprensión bañan la sombra de Rafa Benítez y de Luis Enrique. Avanzan con la furia del tsunami porque ellos y sólo ellos son incapaces de controlarlas, de levantar diques. Hace un mes que el entrenador del Barcelona aludía a la Prensa de la Ciudad Condal, no al famoso entorno, empeñada en zancadillear al atribulado equipo, asediado por las lesiones, la incomprensión de la FIFA, de los jueces y de la Agencia Tributaria, no por los titulares. El entrenador del Madrid ha tropezado en la misma piedra, «hay gente a la que no le interesa que nos vaya bien», arguye, y también señala a los periodistas, no al lenguaraz Jonathan Barnett, agente todavía de «Gales» Bale, ni a las críticas de Ramos o Benzema por la reacción defensiva del equipo contra el Atlético, o a la falta de cariño que Cristiano percibió en él. Rivales en la contienda, Rafa Benítez y Luis Enrique se agarran al quejío para ocultar fallos y deslices. No cuela. Lloros de impotencia en un mundo que ya no oculta ni los empastes. Todo se ve. Todo trasciende, que no se engañen, que para quejíos, los del soul y los del flamenco, el quejío de James Brown y el de Camarón. Sentimientos, no lamentos.

Menos quejas y más obras, que es lo que exigen la historia y el presupuesto del Barça y del Madrid. Benítez y Luis Enrique tienen donde mirarse para salir a flote sin echar la culpa al empedrado. Rafa Nadal, por ejemplo. Destierra fantasmas, reconoce los problemas mentales y físicos que le bloqueaban. Se vio anclado en el andén, perdía hasta el imperdible; pero se ha sobrepuesto a la adversidad y con victorias como la obtenida ante Wawrinka evidencia su retorno. Perdía por su culpa, no por los titulares de Prensa.