Marta Robles
Querer hasta el infinito
Pienso en el caso de Asunta Basterra y veo un circo mediático en torno a una pobre niña muerta. Una chinita a la que la fortuna gastó una broma pesada: se la arrebató a la miseria y se la colocó en un entorno privilegiado en el que parecía que ya nunca le faltaría nada. Sin embargo, debió de faltarle el cariño verdadero desde el principio, porque, más allá de si sus padres adoptivos son culpables o no, la realidad es que su pérdida no parece haberles afectado demasiado. El lenguaje corporal es tan difícil de maquillar que casi no hay dudas a este respecto. Las hay, sin embargo, sobre si ellos fueron los asesinos de la pequeña, porque el Estado de Derecho garantiza la presunción de inocencia, pero mientras se recogen indicios y pruebas, sí puede señalarse con el dedo a esos progenitores por no haber protegido a su hija y por no haberle dado el amor que todo niño merece. Su indolencia es innegable, como también que resulta raro, casi una broma, que la madre de la niña quiera defender su inocencia colocándose la toga a ratos en un juicio en el que ella es la acusada. Yo no sé si Rosario Porto mató a su hija, si lo hizo su marido, si lo hicieron los dos o si no fue ninguno de ellos; pero sí sé que si fuera una hija mía la muerta, no sólo no sería capaz de autodefenderme, sino que creo que hasta me sería imposible contribuir a que otra persona lo hiciera. Y creo que ése es un sentimiento común a cualquier padre o madre, tan normal como el de querer hasta el infinito a los hijos.
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