Pilar Ferrer

«Quieren inhabilitarme y quitarme de en medio»

Si hay un dirigente que ha sufrido una profunda metamorfosis política en el año que termina ése es Artur Mas i Gavarró. En los primeros meses era un líder amortizado, con pésimas encuestas para su partido, frente a un ascenso imparable de Esquerra Republicana. Pero tras su última entrevista con Mariano Rajoy, el uno de agosto, el presidente de la Generalitat dio un vuelco a su estrategia, radicalizó su mensaje y decidió desafiar al Estado con todas sus consecuencias. «Ha pasado de estar hundido a ser aclamado como un héroe», aseguran en su entorno. Aquel caluroso viernes de principios de verano, Mas salió de La Moncloa convencido de que Rajoy nunca admitiría una consulta ilegal y, en contra de quienes le aconsejaban centrarse en reivindicaciones económicas, escogió el pulso al Gobierno de la Nación y la hoja de ruta de la independencia.

A estas alturas del conflicto, todos los círculos políticos y económicos catalanes coinciden en el diagnóstico: el soberanismo está en auténtico estado de «shock» y Artur Mas se enfrenta a un proceso judicial, tras la admisión de las querellas por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Y son precisamente estos dos factores los que han aupado su figura y recuperado las expectativas electorales de CIU. La desunión del bloque separatista, atizada por sus desavenencias con Oriol Junqueras, y el cerco judicial por desobediencia se lo han permitido. «Tiene la llave de las elecciones y juega a ser la gran víctima frente a Madrid», dicen veteranos dirigentes de la Federación nacionalista. Hasta el punto de que Mas ha deslizado en los últimos días un discurso claramante retador: «Quieren inhabilitarme y quitarme de en medio», ha dicho en reuniones públicas y privadas a cuantos le han visitado.

Según fuentes de La Generalitat, nada le hará variar su apuesta por el derecho a decidir y el proceso soberanista. Pero ahora claramente alterado, asfixiado y condicionado por la irrupción del fenómeno Podemos. «Ha tenido que venir uno de Madrid para que el nacionalismo entre en crisis», ironizan dirigentes de CiU. La presencia de Pablo Iglesias en Cataluña, que le sitúa como segunda fuerza, ha quebrado el debate sobre la independencia y lo ha sustituido por la dialéctica derecha-izquierda. «No deja de tener su guasa», añaden estas fuentes. Por otro lado, se incrementan los desencuentros con Oriol Junqueras, en actual situación de «falta de química personal», dicen en el entorno de ambos líderes.

A Artur Mas le molestó mucho la tibieza del líder de ERC tras la admisión de la querella por el TSJC y su negativa a integrarse en una lista única «de país» para elecciones anticipadas. Junqueras, por su parte, cree que Mas ha jugado con él: «Le ha hecho la cama», dicen en Esquerra, y le ha arrebatado la antorcha de la independencia al ponerse en manos de la Asamblea Nacional de Cataluña y Omnium Cultural. Las presidentas de ambas formaciones, Carme Forcadell y Muriel Casals, las llamadas «catalinas» han cerrado filas con el presidente, a quien consideran un líder más manejable para sus intereses que Junqueras. Hasta el punto de movilizar la calle y autoinculparse para blindarle ante cualquier ofensiva judicial.

La recuperación de la figura política de Mas comienza tras la Diada del Once de Septiembre. Ahí arranca su discurso radical y el desafío hacia Madrid, que cristaliza con la pseudoconsulta del 9-N. «La jugada le salió redonda», afirman en Convergència. Prometió urnas, papeletas y cumplió. Aún sin vigencia legal, la patochada de referéndum le otorgó credibilidad entre las bases independentistas y provocó su desencuentro con Oriol Junqueras. La continua discusión entre ambos líderes sobre la fecha y listas electorales ha desgastado a los republicanos y fortalecido a Convergència. Al tiempo, el apoyo de la ANC y Omnium a Mas ha reforzado su victimismo frente a Madrid. También la querella ante el TSJC ha logrado algo que parecía imposible: el apoyo de su socio coaligado de Unió, Josep Antoni Durán i Lleida, y el resto de los partidos catalanes.

Aunque alejado de los postulados separatistas, el líder democristiano siempre ha considerado la querella un grave error, muestra de la «miopía política» de Madrid. Es la misma tesis del primer secretario del PSC, Miguel Iceta, al opinar que esta ofensiva judicial tras el 9-N «refuerza a Mas y la independencia». Ello ha provocado que Durán se persone en la causa como abogado de la vicepresidenta y militante de Unión, Joana Ortega, y que el ex presidente de la Generalitat, José Montilla, anuncie su intención de declarar como testigo a favor de Mas. Por el contrario, desde el PP catalán y Ciudadanos insisten en que el desafío de la consulta ha de tener una respuesta legal. «Quien se salta la ley no puede quedar impune», aseguran las formaciones de Sánchez-Camacho y Rivera.

En estos momentos, existe gran expectación por el discurso de Fin de Año de Mas que será emitido por la televisión catalana el próximo miércoles. Fuentes de la Generalitat avanzan que «habrá anuncios importantes», pero nadie confirma si el presidente convocará elecciones anticipadas. En medios de CIU se barajan dos tesis: una a favor de convocarlas entre febrero y marzo, pese a los desencuentros con ERC. Otra partidaria de aguantar, explotar al máximo el victimismo de la querella y consolidar el voto. Esta última parece ahora mayoritaria, con el apoyo implícito de Unió, pero todos desconocen los planes concretos de Mas. En lo que sí coinciden es en su apuesta por la vía soberanista y su actitud victimista. «La torpeza de Madrid le ha resucitado de cadáver político a todo un héroe», reconocen en CIU, el PSC y el mundo separatista.

Artur Mas afronta el año que comienza un futuro de incertidumbre judicial. Si las querellas del TSJC prosperan, podría enfrentarse a una inhabilitación que le impediría ser candidato. Es lo que barajan los partidarios de un adelanto electoral, frente a quienes están a favor de acudir a las municipales de mayo y mantener el calendario. Sólo el president tiene la llave, bajo otra amenaza: la sombra de los escándalos de la familia Pujol. De momento, la causa seguida en Liechtenstein ha sido sobreseída, pero el ex presidente de la Generalitat y su esposa, Marta Ferrusola, comparecerán en la Comisión de Investigación del Parlament el próximo 23 de febrero. Desde luego, una fecha bastante simbólica.

Se da la circunstancia de que Mas y Pujol coincidieron días atrás en Montserrat, durante el funeral por el benedictino y antiguo Abad Marc Taxonera, un religioso muy comprometido, gran amigo de Jordi Pujol y artífice de la fundación de Convergència en el emblemático Monasterio. Según testigos presenciales, Pujol se mantuvo en un segundo plano, muy discreto, y mantuvo un fugaz saludo con su «hereu». Los problemas jurídicos que afectan al patriarca nacionalista le tienen afectado y casi en la clandestinidad. Algunos vecinos de su casa barcelonesa en General Mitre ven salir al matrimonio al caer la tarde, solos y de incógnito. El temor a ser reconocidos e increpados por la gente pesa en todos sus movimientos.

Por su parte, Mas viaja este fin de semana al País Vasco, donde asistirá a un encuentro de fútbol entre Euskadi y Cataluña. Fuentes de Ajuria Enea confirman que mantendrá un encuentro privado con Urkullu, aunque no está prevista ninguna declaración. Las relaciones de ambos con La Moncloa son muy distintas, fluidas en el caso de Urkullu y totalmente rotas desde la Generalitat. Según las encuestas, los dos tienen también sus estrategias nacionalistas bajo la zarpa de Podemos. El tiempo dirá si este fenómeno de Madrid, en palabras de dirigentes convergentes, hace tambalear la hoja de ruta separatista, y de momento irrenunciable, de Artur Mas.