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El otro día entro en mi cuenta de Twitter y veo que tengo una notificación. Mi cuenta de Twitter tiene días en los que corren calaminos, así que cuando me avisa de una notificación corro con la ilusión de James contra el Eibar. Así que abro y «Donante de esperma te sigue».

Por Dios bendito, pienso. Qué cosas habrá visto en mi perfil este pavo para llegar a la conclusión de que me hace falta su oferta. Mirando y mirando compruebo que se ha hecho «follower» de casi todas las chicas de mi oficina, de tal forma que llego a tiempo de bloquearle, pero, ay, me pica la curiosidad. Entro en su cuenta y leo: «¿Quieres ser madre? Quedamos todo el fin de semana y te dejo embarazada. Todo muy discreto. Lo hacemos en secreto sin que nadie lo sepa. Ni siquiera tu marido o pareja. Será nuestro secreto. Máxima discreción, respeto y seriedad es mi lema. Soy muy fértil, experimentado y efectivo, tengo buena genética, soy atractivo, inteligente, buena persona y vengo de buena familia». Al final te remite a un número de móvil al que pide le mandes un whatsapp y promete contestar.

Por un instante pensé en mandarle un mensaje: «Muchacho, no sabes lo que dices. Yo podría hundirte el negocio en un periquete. Para dejarme a mí embarazada tienes que poseer un remanente que ríete tú de los tanques de queroseno de Barajas. Y si tú eres de buena familia, vas a pasar miedo. Mi árbol genealógico asusta a las hermanas Izquierdo de Puerto Hurraco».

Esto de Twitter la verdad es que es la pera. El que escribe se cree escritor, el que opina piensa que es un medio de comunicación en sí mismo y el que te sigue se considera con la confianza suficiente como para entrar a tus conversaciones con otros. Y ahora un donante de esperma.

¿Qué será lo próximo? ¿Convocar manifas a favor de Carlos Lozano, concursante de GHVip? Ah, no, quita, que ya se hizo.