Luis Alejandre
Redes traidoras
De hecho, el concepto que tenemos de red, término procedente del latín «rete», va asociado a captura, a engaño, a disimulo, a trampa. Pescamos y cuanto más tupidas son las redes, más rentables son; atrapamos a las aves en redes cuando confiadas migran en busca de mejor clima; extraemos lo más execrable del ser humano cuando descubrimos redes de trata de personas o de narcotráfico.
Tienen un sentido más amplio cuando se refieren a estructuras que cuentan con un patrón característico. Así llegamos a las redes sociales como estructuras compuestas por personas, las cuales están conectadas por uno o varios tipos de relaciones. El término se atribuye a los antropólogos ingleses Alfred Radcliffe-Brown y John Barnes. Pero no creo que tratemos sólo de un tema antropológico. Tienen mucho que decir hoy los sociólogos, los matemáticos, los psicólogos y –quiero imaginar– no pocos psiquiatras.
Las redes sociales se nos han presentado como la panacea de la libertad y las relaciones humanas. Y, por supuesto, son muchos los aspectos positivos que conllevan. Pero no dejan de esconder la trampa, el engaño y la deformación, no por las redes en sí, sino porque como estructuras sociales se componen de personas. Y somos las personas las que las prostituimos.
Dos ejemplos recientes llaman nuestra atención referidos a este tema.
Un soldado norteamericano –hoy no sabemos si hombre o mujer–, desde luego mal seleccionado y peor destinado, fue copiando desde su destino en un cuartel general de Bagdad informes confidenciales que cargaba en un falso CD de Lady Gaga. En febrero de 2010 los filtró a Wikileaks. En ellos constaban informes secretos sobre operaciones militares norteamericanas en Afganistán e Irak. Tras ello, confió sus pesquisas a un pirata informático –imagino a sueldo de cualquier servicio de inteligencia– que no dudó en denunciarlo, quizás amparado en nuestro viejo refrán de los cien años de perdón para quien roba a un ladrón.
Le acaban de condenar por uso perverso de las redes a 35 años de cárcel. Se había alistado en el Ejército para librarse de su conflicto de identidad, cuando lo que hizo fue identificarse con el conflicto y ser desleal con la institución que le había arropado.
El segundo caso es más nuestro y ha sido ampliamente debatido. Pero personalmente no me consuela el debate, porque realmente he sentido, y sigo sintiendo, asco. Luchaba por sobrevivir en la UCI del hospital más cercano al lugar en que fue atropellada, una mujer joven, guapa, valiente, comprometida y eficaz,cuando se desataban en las redes los más bajos instintos humanos. La jauría informática agazapada en el anonimato o el pseudónimo aparecía con todas sus garras al descubierto.
A una persona se la puede destrozar con una frase o con un hecho contado de una determinada manera. Y este hecho crece y se multiplica. Alguien piensa que una mentira contada cien veces puede llegar a ser verdad. Y hay expertos en estas técnicas. Hoy, mucha gente debe de creer que Cristina Cifuentes era la responsable de la Sanidad de la Comunidad de Madrid.
Siento el mismo asco que percibía con aquellas pintadas lujuriosas, insultantes y anónimas que decoraban los retretes públicos de tiempos pasados. Aquellos energúmenos debían de pensar que libraban sus pasiones pintando paredes con el dedo índice embadurnado de lo que imaginan. Tengo la impresión de que volvemos a aquellos tiempos. Ahora con el mismo índice embadurnamos sofisticados medios informáticos. Es más. Volvemos a una edad de piedra como dicen algunos pensadores, a la «demencia digital» como preconiza el alemán Spitzer. «Contra el rebaño digital» ha escrito Jaron Lanier un impactante libro señalando que más bien nos encontramos ante un «maoísmo digital», al verificar que la tendencia de las comunidades tecnológicas es primar la plataforma sobre el contenido y los ordenadores sobre las personas. Estamos cambiando las estructuras de nuestro cerebro sin saber adónde vamos y hacia dónde se desarrolla el cerebro de nuestros hijos y nuestros nietos. Pensemos si algún día serán incapaces de leer algo más de los 140 tipos de un flash de pantalla.
Más cercano a nosotros Jorge Alcaide, director de «Quo», escribe en estas mismas páginas que la limitación del número de caracteres obliga a utilizar el dardo de la palabra con mas sutileza, ironía y acidez. Y expone como la envidia, la ira y los celos encuentran en las redes sociales un peligroso caldo de cultivo. Pronto relacionaremos maltratos, divorcios y acosos con el uso perverso de las redes. Habremos tirado por la borda siglos de civilización y humanismo; los clásicos serán mínimas referencias en Google; nadie sabrá retener ni el número del teléfono de su casa y cualquier avería o caos informático dejará a la humanidad atrapada, sumida en un colapso circulatorio de carácter social. ¡Nos habremos traicionado en nuestras propias redes!
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