César Vidal
Reforma constitucional
Aún no hemos salido del golpe de Estado perpetrado por el nacionalismo catalán y ya suenan las voces que apuntan a una reforma constitucional como una manera de acabar con más que posibles problemas futuros. Lamentablemente, las opiniones al respecto señalan que lo ideal sería dar más autonomía y más dinero a Cataluña. En otras palabras, nos quejamos del daño que el alcohol ha causado al organismo del primo Jaime –o Jaume– y proponemos como solución pagarle más cajas de vino. La única salida realista para el problema de los nacionalismos pasa por configurar España de una vez por todas como una nación de ciudadanos libres e iguales y no como un conglomerado de regiones y naciones inventadas en las que unas son más iguales que otras como sucedía en la granja animal de Orwell. La reforma constitucional debe pasar imperativamente por una recentralización de la enseñanza que evite que generaciones enteras de niños y jóvenes sean educados en el odio a España y utilizados como fuerza de choque de los nacionalistas. Igualmente, debe acabar con los conciertos vasco y navarro asentando la igualdad de trato fiscal entre regiones que nunca puede consistir en que Madrid siga siendo la que paga la sanidad vasca y el adoctrinamiento nacionalista catalán. Tiene de la misma manera que recentralizarse la sanidad para que los cuidados médicos sean los mismos en cualquier punto de España y no dependan de los caprichos presupuestarios del sátapra regional. Finalmente, debe subordinar las fuerzas del orden al ministerio del interior sin excepción para evitar el bochornoso espectáculo dado por los mozos de escuadra desde los atentados de Barcelona hasta hoy. Sólo una reforma constitucional en esa dirección cohesionaría una España que no ha dejado de ser atacada, escupida y corrompida por los nacionalismos desde hace cuatro décadas. Lo contrario implicaría sembrar semillas para nuevos conflictos en el futuro, unos conflictos que, en un momento dado, ya resultaría imposible de controlar siquiera porque las nuevas generaciones resultarían agresiva y mayoritariamente independentistas. En las fuerzas políticas, en la sociedad civil, está el decidir si se soluciona una úlcera creada por oligarquías nacionalistas que han destacado por su corrupción y su odio a la patria común o, por el contrario, con majaderías como la del estado plurinacional, se tiende el camino para que, finalmente, se salgan con la suya.
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