José María Marco

Regeneración democrática

Las explicaciones que José Antonio Griñán ha dado para justificar su dimisión como presidente de la Junta de Andalucía no resultan convincentes. Avalan las sospechas de que está relacionada con el escándalo de los ERE, lo cual resulta al mismo tiempo negativo y positivo. Es negativo porque, de ser así, confirmaría el grado de corrupción alcanzado en una de las comunidades autónomas más importantes de España. Además, confirma la idea de que los socialistas, incluso después de todo lo que está saliendo a la luz, piensan que aún pueden salvar los muebles. De ser así, eso significaría que la corrupción está institucionalizada en Andalucía, como lo puede estar en Argentina o en Venezuela. (La comparación de la sucesora de Griñán con Maduro, el sucesor de Chaves, no está de más.)

La dimisión o la espantada indican también, sin embargo, que esa corrupción ya no resulta tan fácil de justificar y que la opinión pública no parece dispuesta a aceptarla. En 2008 entró en crisis un modelo social y cultural, pero hace menos tiempo que hemos empezado a vivir las consecuencias de un cambio que está lejos de haberse terminado. Una de estas consecuencias es el aumento de la intransigencia ante una corrupción que viene de lejos y ante la que mucha gente se espanta ahora, habiendo dejado pasar años sin escandalizarse ni denunciarla.

En realidad, la tan traída y tan llevada regeneración está ocurriendo ahora, gracias a dos factores. Uno es la nueva sensibilidad de la opinión pública. El otro es la independencia de la Justicia, que a pesar de su lentitud y de las dificultades está cumpliendo con su deber. El sistema está funcionando y si sabemos aprovechar la lección, va a salir reforzado. Se demostrará que es capaz de regenerarse no mediante arbitrios y ocurrencias estupendas, ni mediante manifestaciones y acampadas, sino mediante el fortalecimiento de las instituciones y las elecciones. En eso consiste la democracia.

La posible institucionalización de la corrupción ha venido en nuestro país de dos tipos de formaciones políticas. Los nacionalismos, para los que la construcción de la nación lo autoriza y lo justifica todo, y los socialistas, para los que las reglas de la democracia liberal sólo sirven para disimular un régimen descarnado de corrupción que ellos mismos están en la obligación –por así decirlo– de poner a su servicio cuando llegan al poder. Por eso es tan importante que el PP, una vez acabados los años de delirio presupuestario, dé ejemplo de transparencia y de intransigencia ante la corrupción y las corruptelas.