Luis del Val

Regreso al hogar

Lo más dulce del viaje es el regreso y, algunas veces, lo más complicado, tal como le sucedió a Ulises al volver de la guerra de Troya. Y es que puede que haya en el retorno a casa tanta impaciencia y tantas expectativas como se generaron el día de la partida, sobre todo si el periplo ha durado muchos días, y ha transcurrido en países que hablan otra lengua. En esas ocasiones, tengo el recuerdo prístino de que, tras subir la escalerilla del avión de Iberia, y escuchar a la azafata pronunciar el «buenos días» protocolario, te inundaba la sensación de que habías llegado a Ítaca, y de que habían merecido la pena las fatigas pasadas.

Casi todos poseemos un sentido emotivamente patrimonial de aquello que ha surgido en el seno de la tribu a la que pertenecemos, sea un equipo de fútbol, un artista reconocido o una empresa que vuela alto. Iberia volaba muy alto. O, al menos, eso creíamos. Y sentíamos esa satisfacción que se produce cuando un amigo destaca en algo, porque creemos que parte de su gloria es algo nuestra. Ya sé que el paso de los calendarios endulza los recuerdos, pero ello no resta consistencia a mi memoria, al convencimiento de que, cuando subía a bordo del avión de Iberia que me llevaría a casa, ya estaba en mi hogar.