Luis Alejandre
Responsabilidades
El terremoto que ha sacudido y destrozado Nepal ha puesto a prueba no sólo la capacidad de respuesta del país asiático, sino la solidaridad internacional, muy unida a la preocupación de muchos gobiernos por la integridad de sus nacionales que se encontraban en el lejano país. Una primera cifra que nos sorprendió fue conocer el elevado número de montañeros, senderistas, escaladores y turistas que se encontraban en sus tierras altas y en sus parques nacionales. El ser humano sigue siendo intrépido, inquieto ante lo desconocido o lo difícil de alcanzar, valiente ante el reto de luchar por lo imposible a fin de acercarse, aun superando un infierno de dificultades, al mismo cielo.
Por supuesto, todas estas características, indiscutibles valores, son más que positivas: buscan la naturaleza, crean lazos de hermandad, ponen a prueba el valor, experimentan equipos, alimentación y medicamentos que podrán servir para otros fines, incluido el salvar otras vidas.
Hasta aquí, todo bien. Todo bien, hasta que la Naturaleza estalla por un simple roce de capas tectónicas. Roce como casi siempre –una y otra vez más– no previsto. Y con la catástrofe viene la lógica preocupación de familiares y amigos: ¿dónde están?¿Qué ha sido de ellos?
Con indiscutible eficacia, el Ministerio de Asuntos Exteriores, así como su ministro García-Margallo, y el embajador en la zona, Gustavo de Arístegui, han asumido la responsabilidad de preocuparse por nuestros compatriotas e informarnos sobre su situación. Alguien dirá: es su responsabilidad. Sí. Pero veamos. Primera dificultad: cuantificar. Saber cuántos y dónde estaban en el momento de producirse el terremoto. Saber cuántos habían contactado o estaban censados en el Consulado, contrastando los datos proporcionados por los servicios de migración nepalíes respecto a entradas y salidas del país.
Pronto surgieron voces demandando mayor diligencia al Gobierno, que respondió con todos los medios posibles a su alcance: ayuda humanitaria, Protección Civil, apoyo a ONG, equipos de rescate de la Guardia Civil y del Ejército. Mientras, entre alivio y preocupación, día a día el ministro iba reduciendo la cifra de españoles de cuyo paradero no se tenía noticia. Pocas veces la coordinación entre «ministerios de Estado», Exteriores, Defensa e Interior, ha sido tan eficaz. Se recogen los frutos y experiencias de años de colaboración en misiones exteriores. No lo tendrán fácil los que operan sobre el terreno, que podrán encontrarse con momentos de intenso dolor, impotentes ante la posibilidad de vencer al tiempo y a la propia naturaleza desatada.
Dos reflexiones. Una: las condiciones de seguridad con las que vivimos en España no son las mismas que encontramos en otros países. Aquí, los rescates por accidentes en carretera, en montaña o en la mar son, en general, de libro. Sólo esta persistente mala opinión que tenemos de nosotros mismos nos lleva a dudar de su eficacia. Prácticamente ya no hablamos del incendio del ferry «Sorrento» ocurrido en aguas de Mallorca, que se saldó con sólo dos heridos leves. ¿Quieren que recordemos recientes incendios de barcos de pasajeros y sus consecuencias? Todo un eficaz sistema de comunicaciones y de salvamento marítimo lo propició. ¡Pero nos cuesta reconocer que hacemos muchas cosas bien!
Dos: quien asume voluntariamente riesgos, quien elige una región lejana de indiscutible encanto, pero desprovista de medidas de seguridad como las nuestras, quien se aventura por las arenas del Sahara con un camión cargado de ayudas al tercer mundo en una peligrosa zona de secuestros de europeos, quien elige un barranco del sur del Atlas para escalar, sabe a lo que se arriesga, asume las consecuencias por un acto elegido voluntariamente. No puede después endosar responsabilidades al Estado, que se las ve y se las desea para rescatarlos o para «pagar sin pagar» rescates, haciendo encaje de bolillos con los fondos reservados o arriesgando a sus propios hombres en servicios de altísimo riesgo. Y no me detengo en los costes de ciertas operaciones, porque el valor del ser humano rescatado está muy por encima de ellos.
Resumo, cuando quiero enfrentar a nuestro pesimismo histórico el orgullo de que sabemos hacer muy bien ciertas cosas y que tenemos gente –médicos, pilotos, montañeros, servicios de urgencia, soldados, guardias y policías– de excepcional valor y experiencia. Es decir, creo que no somos conscientes de muchas de nuestras virtudes de las que deberíamos sentirnos orgullosos.
Y debemos romper esta tendencia general a exigir responsabilidades a otros, ya sea la Administración o los organizadores de eventos deportivos o lúdicos, sin aceptar parte importante de nuestra propia responsabilidad.
En este primer largo fin de semana de mayo, cinco millones de españoles nos desplazamos hacia zonas de sol o de montaña en busca de descanso. Éramos conscientes, porque las estadísticas no suelen fallar, que si todo iba bien entre diez y quince compatriotas nuestros morirían en accidente y no sé cuantos cientos sufrirían heridas. ¡Y lo aceptamos !
Todo es cuestión de asumir responsabilidades.
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