Ángela Vallvey

Riesgos

La Razón
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Antes de la recesión, para pedir un crédito uno se acercaba a la sucursal bancaria de toda la vida. Conocía y saludaba amablemente a todos los empleados, a pesar de esa manía que tienen de cambiarlos cada cierto tiempo, por un motivo u otro. Si uno era antiguo cliente, siempre cumplidor y de los que no tienen facturas pendientes de pago, el director lo recibía con un familiar apretón de manos que estaba a la altura del que le daría incluso a un familiar o a un amigo. Para valorar el expediente, el director de la oficina tenía en cuenta la trayectoria personal del solicitante. Sabía si era una persona solvente y trabajadora, de las que pagan sus deudas y hacen economías, de las que se aprietan el cinturón, llegado el caso, con tal de superar sus vencimientos de pago, o un tarambana de los que recortan el tubo de escape de la moto para que haga un buen ruido cuando pasea por las calles de su pueblo, haciéndose notar así dado que no tiene otro mérito. De este modo, el director se arriesgaba: le daba el crédito al honrado trabajador y se lo negaba al botarate. Por este método, conozco a un escritor al que concedieron un crédito hipotecario tras la presentación de un dossier de prensa. Era famosete, cumplidor, a veces ingresaba un buen dinero, aunque también, como autónomo, había largas temporadas en las que no entraba ni un euro en su cuenta.

Ahora, el sistema ha cambiado. El riesgo lo valora una máquina, no un director que conoce a la persona y su historial. Los datos deciden de forma implacable. Pero ya sé de un caso en que han denegado el crédito al intachable trabajador autónomo y se lo han concedido al «piernas» (jovenzuelo asalariado con moto trucada).