Alfonso Ussía

Rosales

He leído con atención el gran trabajo de Víctor Fernández, que nos aporta los papeles personales del poeta granadino Luis Rosales sobre el asesinato de Federico García Lorca. Se trata de nuevos documentos que apenas hacen virar el rumbo de las sospechas. La confirmación de que fue un grupo de falangistas los autores del fusilamiento de Lorca no puede considerarse una novedad. Cuando fue detenido en la casa de los Rosales, los hermanos estaban ausentes. Todo queda en la nebulosa. Escribe el poeta Rosales que estuvo a un paso de ser fusilado por intentar levantar el arresto domiciliario de Federico. Se me antojan excesivos fusilamientos ficticios. El primero, el de Gila, que se inventó la patraña. Pasó de ser fusilado por las tropas de Franco a actuar ante Franco en la fiesta de La Granja del 18 de julio en diferentes ediciones. Al final del franquismo retomó la mentira y se autoexilió de España para no vivir en una dictadura «fascista». No se instaló en Cuba, sino en la Argentina de Videla, Galtieri, Massera y demás patulea. Y se fue de España para no ser embargado por su primera mujer, a la que temía mucho más que a los dictadores, como prueba la elección de su lugar de destierro.

Hubo un tiempo en el que se descargaron con excesiva precipitación muchas conciencias. Laín, Torrente Ballester, López Aranguren, Dionisio Ridruejo, Juan Luis Cebrián, Eduardo Haro... Todos habían estado a un paso de ser fusilados, pero ninguno experimentó la terrible sentencia. Sí Sanchez Mazas, que salvó su vida gracias a la compasión de un soldado republicano.

Los Rosales simpatizaban con Falange y eran muy respetados. Otra cosa es su amistad personal, admiración y afecto por Federico. «Si nos hubieran consultado, Federico se habría salvado». Dificultosa consulta, por cuanto no se hallaban. En tiempos turbulentos y sangrientos la valentía es muy cara. Si algo desencajaba la aparente armonía de Luis Rosales era que le preguntaran por sus gestiones en los días previos al asesinato de García Lorca. En el caso de mi abuelo Muñoz-Seca se saben todos los culpables y todos los cobardes. Entre los últimos, su paisano Rafael Alberti, que desoyó todas las peticiones de su hermano Vicente para salvar a Muñoz-Seca. El caso de Federico es mucho más nebuloso porque los Rosales, y fundamentalmente Luis, no hicieron otra cosa que dibujar nubes en los días trágicos para que no se atisbara la realidad de lo sucedido. No se puede acusar a Rosales de cobarde, porque no había elegido voluntariamente la condición de valiente. Pero Luis Rosales, que sabía que Federico estaba condenado por un grupo de poderosos falangistas sin escrúpulos, hizo mutis por el foro en el momento preciso. Los recuerdos y su mala memoria le atormentaron hasta el final. Renunció a Granada y se instaló en Cercedilla. En la recepción posterior a su «Cervantes» en el Palacio de La Zarzuela, Rosales trató con fiereza y desdeño a un amable periodista, Julián Cortés Cavanillas, que le propuso, después de felicitarlo, una «Tercera» en ABC acerca de Federico. «Tu ya no eres nadie en ABC, y además, no me da la gana». Tenía razón Luis Rosales. Julián no era nadie en ABC y empezaba a horadarse su mente. Pero no mereció ese comportamiento tan áspero y despectivo.

Fue un gran poeta el de «La Casa Encendida», pero tenía, como en Granada dicen, «muy mala follá». Le faltó coraje para explicar sus días y sus horas coincidentes con el fusilamiento de García Lorca. Para mí, que sus apuntes inéditos lo intentan y no lo consiguen.

Nadie le había propuesto para una medalla al valor, pero de haberlo tenido –y lo escribo con dolor y sin remordimiento–, habría muerto más tranquilo, menos zarandeado por sus dudas y posibles nubes en el recuerdo.