Alfonso Ussía
Salud, compañero
En la vida siempre llega el momento de dar la cara y quitarse la máscara. El mío ha llegado. Me ha desmoronado el ánimo el hondo disgusto. Soy un papel que cae hacia el lecho del barranco. Cuando tenía más que avanzadas las gestiones para adquirir una casita en Marinaleda y establecerme allí para disfrutar los últimos años de mi vida, me informan de que Juan Manuel Sánchez Gordillo ha dejado de ser su alcalde. A partir de ahora se dedicará exclusivamente, por imperativo legal, a defender a todos los andaluces en el Parlamento de Andalucía, lo cual es absolutamente coherente, porque a los andaluces no se les defiende en el Parlamento de La Rioja, por poner un ejemplo amable. He roto unilateralmente la negociación y renunciado a vivir en Marinaleda.
Soy un fracasado. Desde niño he sentido una gran atracción por el robo en los supermercados. Pero la cobardía me ha impedido experimentar mi anhelo. A estas alturas de mi vida, no he robado ni un chupa-Chups, ni una goma de borrar, ni un bolígrafo «Bic». Me daban muchísimo susto los vigilantes. Además, en la actualidad, existe un extraño mecanismo electrónico que adaptan a los productos en venta, los cuales pitan cuando no son desactivados en las cajas de pago, y un grupo de señores vestidos de clientes persiguen a los que llevan algo que pita para retenerlos hasta que llega la Policía.
De ahí mi admiración por el compañero Sánchez Gordillo, y mi decisión de formar parte de su banda, siempre a sus órdenes, a las del compañero Cañamero o la compañera «la Gorda», que es la gorda más ágil del mundo reivindicativo-social. La compañera «la Gorda» tiene un manejo del carrito, una maestría en tomar las curvas, y una rapidez en descargar los productos afanados en una camioneta y volver al «súper» para llenar de nuevo el carrito, que ni Sebastian Vettel en sus mejores días es capaz de derrotarla. La ilusión de mi vida. Robar en un supermercado, insultar a los empleados, y no temer a la Policía o la Guardia Civil a sabiendas de que el delegado del Gobierno ha ordenado a los agentes del orden que procuren hacer la vista gorda por tratarse de un acto reivindicativo protagonizado por un parlamentario andaluz. Tiene que ser maravilloso.
Pero sin Sánchez Gordillo al mando de la expedición, aumentan los riesgos. El compañero Diego Cañamero, el gran cazador de perdices en El Coronil, carece de la inmunidad de la que disfruta el compañero Gordillo, y «la Gorda», por muy bien que conduzca los carritos repletos de productos robados, ante el riesgo de ser detenida puede ponerse nerviosa y colisionar con la sección de «Detergentes», siempre ubicada en una curva cerrada y difícil. Y lo mismo pasa con la marcha hacia Rota para exigir a los americanos que «go home», que Gordillo pronuncia «gojome» para que los americanos no se enteren de qué va la cosa. Porque en Rota, a los roteños les va muy bien con los americanos y Gordillo y los suyos gritan «gojome» sin acercarse en exceso, por aquello de la cautela ante la reacción popular. Pero eso de llevar una bandera roja con la efigie estampada del «Ché Guevara» hasta las inmediaciones de la Base Naval tiene su morbo, y por su originalidad siempre me ha atraído. Para colmo, la amistad de Gordillo, Cañamero, «la Gorda» y el Ayuntamiento de Marinaleda con el entorno de la ETA, Bildu, Batasuna y Sortu, conceden un alto grado de seguridad a quienes forman parte del grupo del Robin Hood andaluz, que allí se dice «Robinjú», que es mucho más sencillo de pronunciar.
Así que mi gozo en un pozo. Moriré sin robar en un supermercado en nombre del pueblo, y sin protestar airadamente en la Base Naval de Rota por la guerra de Vietnam, que ahí están todavía. Y sin conocer personalmente a la Gorda Fittipaldi, la mujer de mi vida. En el tedio de la gran Capital aguardaré mi despedida.
Mucha suerte, compañero, en tu escaño. Salud y revolución o muerte. Y si tienes la amabilidad de mandarme una foto dedicada de la Gorda... bueno, no sigo por temor a un episodio vascular. Salud, compañero.
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