Pedro Narváez
Santiago y llora España
Para que no haya disonancia política ha tenido que sobrevenir una tragedia en vísperas del patrón. Santiago y llora España. Ya llegarán los reproches y las culpas porque, como en la naturaleza del escorpión, está en la de los buitres alimentarse hasta de su propia carroña. Ahora es el momento de la solidaridad y el luto. Cuando, como en aquel 11-M, los móviles de los muertos agoten la batería y dejen de sonar, llegarán el rencor y la pena vociferante que no comunica. Lo siento, veo a Cayo Lara en el papel de donante de sangre y temo el mordisco del hombre lobo que sale en noche de luna llena a emparentarse con monstruos peludos. Haberlos haylos. Galicia es maestra en mitos y leyendas, y lo que es más importante, no hay lugar en el que los difuntos mantengan con más dignidad su lugar en este mundo, en un pequeño cementerio frente al mar de los desaparecidos en el que hoy se prohíbe cantar a las sirenas. Que por el momento el puzle de España se haya unido como cuando hace millones de años los continentes se desperezaron nos hace parecer un país normal. Como Estados Unidos al sufrir la locura de Boston. Claro que todo esto traerá al pairo a los familiares de los cobijados con mantas en los raíles, que no aciertan a comprender por qué ha llegado de repente el último verano con un escalofrío de septiembre. Hace no mucho tiempo jugábamos a que los trenes descarrilaban, fascinados por la máquina. Entonces, ufanos del alma humana, no podíamos imaginar a un maquinista jugando a la ruleta rusa. Que recen los que todavía no lo han olvidado. Por los muertos pero, sobre todo, por los supervivientes, para ahuyentar a los malos espíritus, a los políticos que interrumpen sus vacaciones y ya se creen leones frente a las gacelas, y a los tertulianos envalentonados. Que todos descansen en paz.
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