Cristina López Schlichting

Sarasate

Paco de Lucía había nacido para explicar al mundo la guitarra española. Lo supo el día que su padre regresó dolido, porque un señorito le había arreado una patada en la guitarra y la había quebrado. La rabia y el orgullo anidaron en el corazón del chico callado, que decidió demostrarle a los chulos el valor del toque: llegaría el día en que ni a acariciar su instrumento se atreverían. Mi padre me llevó al festival de Cante de las Minas siendo pequeña. De aquella noche caliente recuerdo el fervor del público. No entendí nada, pero entendí todo. Y desde entonces atendí con devoción religiosa los cantes del Agujetas, El Torta –que en paz descanse–, Mercé o Camarón. Oírlos era bajar al cielo. Esa gente de vino y esfuerzo tiene comprada la entrada del paraíso. En la Peña Flamenca de Fernán Pérez, en el Cabo de Gata, el techo de estrellas ha brillado en un patio donde treinta personas, rodeadas de niños dormidos en el suelo, bebíamos el aliento del que cantaba. Paco cogió una mochila llena de esas estrellas y la llevó al orbe. El que nos deslumbrara con Camarón –dos monstruos echando fuego– se fue con Al Di Meola y John McLaughlin y enseñó que había otra manera de arrancarle el alma a la guitarra. Como no leía música, se peleó con Narciso Yepes y Andrés Segovia, reyes del toque académico. En 1991 se produjo la reconciliación. El gitano memorizó «El Concierto de Aranjuez» y lo tocó delante del maestro Rodrigo como nadie lo había hecho. El viejo ciego se levantó al final y lo abrazó emocionado, como el padre al hijo pródigo. Algeciras ha enterrado a Paco de Lucía y me queda una sola pena: el título de su disco póstumo sobre la copla, «Canción andaluza», porque, según explicó hace poco en Perú, «se le llama canción española, pero como en mi país están todos los independentistas tirando para su lado, de pronto ya no quiero ser generoso. ¡Yo también voy a tirar para la casa! Me parece ridículo ser independentista, pero también me da rabia que nos desprecien por ser más pobres que ellos. Me apena que vaya a desmembrarse el país más antiguo de Europa». En Francia, «Le Figaro» ha publicado que ha muerto el Jimi Hendrix del flamenco y aquí ha escrito Jesús Quintero que era el Sarasate de la guitarra. Ha muerto un genio, pero no estén tristes porque gracias a él la belleza española resuena en el mundo entero. Lo que importa es estar a su altura en el amor a lo nuestro.